Por Toni Rubio Nicás
Educador social y UCAE
Barcelona, mayo 2013
Foto: http://www.educat.cat
Un niño o una niña cuando llega a la escuela deberían ser únicos en su proceso educativo. Cada niño es especial e irrepetible y ha seguido un proceso y una clase de vivencias durante su crecimiento que justificaran, en la mayoría de los casos, en que momento se encuentran, tanto en el aspecto emocional como de conocimientos y vivencias.
Nuestro sistema educativo, por desgracia, ha sido un péndulo en movimiento sin ningún tipo de dirección lógica y a merced del sistema político, siempre alejado de la realidad de cada niño. Ha imperado la estructura rígida por encima de la flexibilidad, la imposición por encima de la coherencia, la obligatoriedad de un método por encima del conocimiento natural y adaptado a cada niño. En resumen, ha imperado el modelo de escuela transmisora o tradicional y se ha evitado la potencialidad de la escuela constructiva.
Además de la situación especial de cada niño, hay un grupo que, desgraciadamente, ha padecido una infancia muy complicada por su situación familiar. Hay muchos casos de malos tratos tanto físicos como psicológicos; de abandono y desestructuración del núcleo familiar. Niños que han debido ser tutelados por la Administración para asegurar su bienestar. Son niños que han debido dejar su entorno, su espacio y su familia. Niños que deben adaptarse a una nueva situación, a nuevos lugares y personas. Se sienten inseguros y solos en su proceso y en su pérdida.
Y es en este nuevo camino que todos los educadores y agentes sociales tenemos un papel muy importante. Debemos acompañar y debemos ayudar a reconstruir y la escuela forma parte importante y activa de todo este proceso.
Deberíamos ser capaces de promover un debate creativo y comprensible entre los diferentes colectivos implicados, trabajando concretamente todos aquellos temas que afectan directamente el correcto desarrollo de nuestros niños en la escuela y que podrían ser los siguientes:
1. Buscar herramientas de trabajo conjuntas entre las diferentes instituciones educativas implicadas en la escolarización del niño.
2. Elaborar un protocolo que capacite para una respuesta rápida y efectiva ante situaciones concretas teniendo en cuenta la situación individual de cada niño.
3. Facilitar un intercambio de información entre profesorado y educadores, desde la confidencialidad, que ayude a los dos colectivos a trabajar de una manera más eficiente y cercana.
4. Dar respuesta al niño o niña desde la coherencia profesional compartida.
5. Crear un espacio de debate que ponga sobre la mesa las dificultades existentes en la actualidad y tratar de buscar soluciones.
Pero, sobretodo habríamos de estar convencidos que estos niños son potenciales rehenes de sus emociones y de sus vivencias. Los debemos librar desde la comprensión y el entendimiento, haciendo un trabajo de inclusión y aceptación dentro del grupo.