Por Sofía Gallegos
Colaboradora del Ámbito María Corral
Barcelona, mayo 2012
Foto: Ies Luis Velez
En estas fechas los estudiantes de segundo de bachillerato próximos a iniciar sus estudios universitarios se hallan en la situación de tener que elegir una carrera entre el amplio abanico de posibilidades que ofrecen las distintas universidades. La elección no es fácil. Seguramente es la primera ocasión en la vida en que el joven tiene la sensación de tener el futuro en sus manos; debe tomar una decisión cuyas consecuencias tendrán un impacto más o menos favorable en su futuro según haya sido la opción escogida. El universitario deberá dedicar cuatro años de su vida, como mínimo, a estudiar unos contenidos que le tienen que resultar mínimamente motivadores para poder superar con éxito los innumerables exámenes y trabajos. Se le exigirá un esfuerzo continuado con el fin de asegurar su éxito académico y valorado frecuentemente como predictor de un buen futuro profesional, aunque la realidad se encargue de no demostrarlo.
Ante este panorama es comprensible que el joven genere un cierto grado de ansiedad, además de sumar las diferentes presiones a las que está sometido. En primer lugar, los padres que preocupados por el futuro laboral del hijo esperan de él una elección de carrera de las que ellos consideran con futuro. Los profesores y tutores que en su función orientadora quieren y deben ayudar a los alumnos en el proceso de toma de decisiones. Y no podemos olvidar a los compañeros. Estos no presionan de la misma manera que lo hacen padres y profesores, pero sí que pueden ser considerados como un factor a tener en cuenta: las relaciones sociales entre iguales son importantes en esta etapa evolutiva. Continuar disfrutando de la compañía de un determinado compañero o compañera puede ser un aspecto determinante en la elección. La entrada en la universidad siempre crea un cierto temor; entrar en ella con la compañía de un igual ayuda a rebajar el hipotético temor antes citado. Así pues, el joven se halla en medio de un triángulo en cuyos vértices se ubican padres, profesores y sociedad. No obstante, no hay que olvidar que cada uno de estos elementos –padres, profesores y compañeros– tiene su propio discurso y un grado de influencia distinto en cada joven.
Los padres durante mucho tiempo han ido ideando un futuro para su hijo basado, en ocasiones, en los propios deseos no cumplidos o en valores profesionales y personales distintos a los de los hijos. Asegurar un futuro del joven ya transformado en un adulto asentado en una situación profesional estable, verlo como un triunfador, sería o es el deseo de muchos padres. No necesariamente todos los padres parten de estos postulados, pero no es arriesgado afirmar que una gran mayoría de ellos responde a este modelo.
Los profesores en general y los tutores en especial deberían tener un mínimo conocimiento de la oferta educativa de las diferentes universidades y de las características de cada una de ellas. También sería deseable un conocimiento sobre las posibles salidas profesionales de las diferentes carreras aunque este aspecto cada día reviste una mayor complejidad. En realidad, la función tutorial debería ser de acompañamiento en el proceso de toma de decisiones. Enseñar a tomar decisiones de manera razonada y efectiva significa enseñar al alumno a fijarse objetivos, determinar el tipo de información que necesita y cómo manejarla, además de incentivar el hábito de reflexionar sobre sí mismo.
En la sociedad actual, en la que la incertidumbre es la característica más común, resulta arriesgado tomar decisiones. Nuestras limitaciones y las de los jóvenes hacen que se valore el futuro con coordenadas propias del presente, nadie en este momento es capaz de imaginar y analizar el futuro no sólo a largo plazo sino también a corto. El futuro es tan incierto y tan variable que sólo puede ser interpretado con sus propias claves. Una carrera puede que en el día de hoy dé paso a buenas oportunidades laborales, pero cuando el estudiante haya acabado los estudios, esta situación puede ser distinta.
Debemos abandonar la mentalidad finalista referida a las carreras: hay carreras sin las que no pueden ejercerse unas determinadas profesiones. Se debe tener la credencial de médico para visitar enfermos, diagnosticarlos y fijarles una terapia; se debe ser abogado para defender a alguien en los tribunales; o arquitecto para firmar planos de los edificios, por citar sólo los casos más paradigmáticos. Pero una credencial no autoriza solamente a un tipo de ocupación profesional. Es solamente la vía de entrada a un mercado laboral cualificado. Una carrera universitaria debe ser interpretada como un periodo formativo polivalente basado en tres puntos básicos: pensamiento crítico y activo, técnicas de búsqueda y manejo de la información dando mayor énfasis a los procedimientos que no a los contenidos y fomento de la cultura del esfuerzo.
La pregunta que queda por responder es: ¿cómo podemos ayudar realmente a los hijos y alumnos para poder tomar una decisión plausible? Facilitándoles estrategias de toma de decisiones, dejando un espacio de libertad a su elección, aceptando su decisión y pensando que más importante que la carrera que escoja es que la estudie bien; o sea, que estudie lo que quiera, pero que trabaje BIEN.