Por Laura Muñoz
Psicóloga
Sevilla, noviembre, 2011
Foto: D’aquella manera
En tiempos de crisis económica parece que las medidas enfocadas a mejoras sociales y a la igualdad de derechos de la ciudadanía estan quedando relegadas a un segundo plano o han sido, en gran parte, eliminadas de la agenda política. Así, en los últimos meses hemos asistido a la reducción del gasto –o inversión, según como se mire– en materia social. Los recortes sufridos en el ámbito de las políticas de igualdad de género son sólo un ejemplo de la drástica reducción de presupuesto en este terreno.
La profesora de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, Lina Gálvez, alerta acerca de los últimos retrocesos en materia de igualdad, nombrando algunos claros ejemplos como la desaparición del Ministerio de Igualdad y de los Institutos de la Mujer de varias comunidades autónomas, o la eliminación de los presupuestos del estado de las bonificaciones para el empleo de las mujeres y la ampliación del permiso de paternidad no transferible, de 15 días a un mes, aprobado recientemente.
En un terreno como las políticas de igualdad, que ha supuesto tantos años de esfuerzo y en el que se habían logrado tan claros y aplaudidos avances a lo largo de los últimos años ¿a qué se debe que resulte tan gratuita la eliminación de estos avances? ¿Podemos culpar única y exclusivamente a la crisis económica?
Resulta paradójico que, aunque temas como la conciliación o la violencia machista sigan siendo objeto de debate, y que la desigualdad en el plano laboral resulte un hecho demostrado y aceptado, actualmente encontremos la creencia extendida de que la igualdad –tan ansiada por las feministas de décadas anteriores– ya se ha alcanzado y que, por tanto, la lucha por más avances sociales en este terreno habría perdido su sentido. Soledad Pérez, directora del Instituto Andaluz de la Mujer, señalaba recientemente el hecho de que cada vez resulte más común encontrarse con opiniones de este tipo en los medios de comunicación y en la sociedad en general, sobre todo por parte de mujeres jóvenes que –sostuvo– «nacieron con la democracia ya instaurada, que no han conocido la lucha por la igualdad de género y oportunidades desde sus inicios en los últimos 20 años, y que son fruto de esas políticas de igualdad de género. Sin embargo, no se sienten identificadas con el feminismo o no reconocen los logros que se han conseguido, sino que simplemente lo achacan al paso del tiempo».
A esta creencia de que vivimos en una sociedad paritaria en la que ya existe igualdad entre hombres y mujeres, se le ha denominado «espejismo de igualdad». De acuerdo con la socióloga y antropóloga venezolana, Evangelina García, este «espejismo de igualdad» se debe a que hechos como la presencia de las mujeres en algunos espacios públicos en los que no era frecuente verlas o de los que estaban excluidas, la legitimación que ha alcanzado el tema de la igualdad en las agendas públicas, o los avances alcanzados en la legislación, que afirma la igualdad en el plano de los derechos, a menudo pueden llegar a confundirse con la existencia de una igualdad real. Asimismo, la visible movilización alcanzada por las mujeres en la defensa de sus derechos a escala global y la difusión mediática de algunas situaciones puntuales de igualdad pueden generar esta visión de aparente igualdad, debido a que existe «un fuerte rezago de conciencia que nos conduce a no percibir conscientemente la distancia entre la igualdad que creemos tener, la que se predica en todos los discursos mencionados anteriormente y la desigualdad real».
A esto debemos añadir la visión por parte de muchos hombres y mujeres del feminismo como el extremo opuesto del machismo, es decir, como la creencia de la mujer como superior al hombre. Nada más lejos de la realidad. Desde sus comienzos el feminismo ha defendido la igualdad de ambos sexos. Más allá de las diferencias individuales, el feminismo defiende el principio de igualdad de trato y consideración en todos los ámbitos de la vida de una persona, tanto pública como privada, con independencia de su género.
Todo ello, unido a los recortes que se están realizando en materia social, hacen de las políticas de igualdad un objetivo privilegiado para sufrir retrocesos. Partiendo de un contexto en el que comienza a deslegitimarse la lucha por la igualdad de género, no es extraño que con la llegada de las «vacas flacas» resulte relativamente fácil recortar recursos en este sector.
Debemos recordar ahora más que nunca que gracias al trabajo y la lucha cotidiana de hombres y mujeres feministas a lo largo del pasado siglo hasta hoy se han conseguido grandes logros que favorecen no sólo la calidad de vida de las mujeres, sino también la creación de una sociedad más justa y democrática. Los logros feministas enriquecen a las sociedades en las que se llevan a cabo, si consideramos que una sociedad en la que se defiende y aplica la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres será más proclive a fomentar esa misma igualdad en materia de diversidad religiosa, cultural, funcional, de orientación sexual y un largo etcétera. Es por ello que debemos valorar estos avances y evitar que se retroceda en lo conseguido. Porque una sociedad que valora y defiende la igualdad es la mejor garantía de que la política avance en el mismo sentido.