Por Jordi Cussó Porredón
Director de la Universitas Albertiana
Barcelona, enero 2011
Foto: Theshooter
Las personas a menudo estamos convencidas que lo que nos han enseñado es suficiente para vivir. Ya somos conscientes de que no lo sabemos todo, porque no somos sabios con conocimientos en todos los campos y en todas las materias, pero nos fiamos de que lo que no sabemos nosotros, otros nos lo explicarán. Tenemos una especie de creencia colectiva de que la cultura de Occidente es suficiente en sí misma y que, además, debemos llevarla a otros países que están más atrasados y necesitan nuestros conocimientos.
El riesgo de creer esto es que nos cerramos a aprender cosas que nos aportan personas que vienen de otros continentes. ¿Quién ha dicho que estas personas no tienen cosas que enseñarnos? Que algunos de ellos vengan porque pasan hambre no quiere decir que no tengan unos valores a ofrecer que ayuden a mejorar nuestra sociedad y nuestra convivencia. ¿El Islam no tiene nada que aportarnos? ¿Los subsaharianos no tienen nada que decirnos? Y los latinoamericanos, más cercanos a nuestros códigos culturales, ¿no enriquecerán nuestra cultura con su presencia? Estoy seguro que debemos abrirnos a las nuevas realidades que nos rodean con el deseo de aprender y no sólo de enseñar. Es un aprendizaje mutuo que nos hace crecer a todos como seres humanos.
De hecho, si hago un repaso a mi vida, me doy cuenta que ya ha sido así y que algunos de mis mejores amigos han venido de otros continentes. De ellos he aprendido muchas cosas y les estoy profundamente agradecido. Cuando te arriesgas a abrir las puertas de tu hogar y a convivir con ellos, ves que muchas de aquellas cosas que para ti eran vitales y definitivas, no lo son tanto. Que hay otras maneras de entender la familia, la amistad, la vida, la muerte. Cuando eres capaz de escuchar lo que te dicen y lo que viven, vas afinando mucho más tus criterios. Sobretodo aprendes a no encasillarte en tus verdades y a huir de cualquier clase de fundamentalismo.
Es evidente que ningún aprendizaje es sencillo, que pide mucho esfuerzo, porque convivir con personas de otras culturas es complicado y difícil. Se necesita mucha generosidad para ir conociendo y entendiendo lo que quieren y lo que nos quieren decir. Parece que lo entiendes todo y, en cambio, no has captado nada de lo que te quieren decir. Es como aprender de mayor un nuevo idioma, que sin querer vas traduciendo todo lo que sientes o tienes que decir. Pero con el tiempo te das cuenta de que no tienes que traducir lo que tus amigos te dicen, sino que te tienes que meter en su piel y entender sus razones más profundas. Disfruta de lo que te ofrecen y no quieras pasarlo todo por tus referentes culturales.
Siempre recordaré las largas conversaciones con Joao Tomé. Su visión de la vida, su capacidad de creer en las personas, aunque a menudo le habían esclavizado y engañado. Su corazón pacífico, capaz de perdonar y vivir sin resentimientos. Recuerdo su muerte: qué ejemplo de vida fue el morir con aquella serenidad y esperanza. Cuando conocí a Joao, la presencia de inmigrantes en nuestra casa no era tan evidente. Pero, cuando veo las dificultades de hoy y pienso que por culpa de estos obstáculos podía no haber conocido a Joao, mi ser se estremece y un escalofrío recorre toda mi persona. ¿Y cuántos Joaos dejaremos de conocer por nuestros miedos y por los muros físicos y mentales que tenemos?
Un día espero ir a Mozambique, la tierra de mi amigo. Quiero agradecer a aquella gente el hecho de haberlo conocido y querido. Les quiero explicar el bien que hizo a muchas personas de Barcelona y de alrededores que le conocieron. Que sepan que él supo traer, a un grupo de jóvenes y no tan jóvenes, un nuevo aliento de vida y esperanza. Hoy muchos de sus compatriotas llegan a nuestro país. Algunos de ellos van casi desnudos, y sólo pueden compartir lo que han aprendido de la vida y lo que les ha tocado vivir. A algunos quizás les puede parecer que no es nada, pero a mí me parece que es mucho.