Por Alina J. Bello Dotel
Colaboradora del Ámbito María Corral
Santo Domingo, R. D, julio 2010
Foto: B. Hara
El mundo actual presenta características nunca antes vistas como la mundialización de la información mediante Internet y las grandes cadenas informativas, la globalización del comercio mediante los tratados de libre comercio entre las diversas regiones, la internacionalización de los puestos de trabajo y una cada vez más recurrente justicia global, con la presencia de la Corte Internacional de Justicia de la Haya en las disputas y arbitrajes entre países miembros, entre otras muchas.
También asistimos, a una búsqueda acelerada de saberes que se puedan obtener de manera instantánea, sin mucho esfuerzo, reposo, ni reflexión. Sensaciones y saberes que terminan siendo estrellas fugaces en el firmamento de una sociedad global, cada vez más competitiva y demandante de personas bien educadas y polivalentes en el desempeño profesional y laboral.
Ante este novedoso panorama, ser joven es un reto de dimensiones insospechadas, ya que supone, entre otras muchas cosas, la superación de las limitaciones sociales, culturales y educativas del entorno local y nacional. Estas nuevas condiciones demandan una mayor y mejor educación. Es decir, exigen no sólo poseer un alto nivel de instrucción para obtener un puesto de trabajo y ganarse la vida, sino que plantean la necesidad de conocimientos, actitudes y aptitudes que transcienden de la práctica a la intelección de valores y procesos de alto discernimiento.
La educación supone un nivel complejo de procesos cognitivos que se asumen de manera consciente y en los que participan las más fundamentales estructuras de la sociedad: la familia, la escuela, el entorno social, la iglesia. Estos procesos se organizan mediante planes y acciones concretos, en las estructuras mencionadas.
La mundialización plantea muchos espacios de novedad en los que se puede crear e innovar en todos los campos del saber. Los jóvenes –aventureros por definición– tienen ante sí el maravilloso desafío de salir a ese mundo, que el filósofo y educador canadiense H. M. McLuhan designó con el término de Aldea Global y convertirlo en algo propio. Pero esta apropiación sólo la puede llevar a cabo una juventud educada, que piensa y trasciende con su reflexión la cotidianidad para ir más allá, para actuar más allá, para transformar su sociedad y el mundo.
Los jóvenes del siglo XXI tendrán que construir una nueva mentalidad social basada en la comprensión y asimilación de las nuevas realidades que constituyen el mundo globalizado, y fundamentalmente necesitarán asimilar los valores de la democracia: libertad, igualdad, participación, tolerancia, respeto a los derechos humanos, entre otros. Tendrán que dejar de lado la cultura de las sensaciones y saberes “light”, para optar por una formación humanística integral. Sólo así podrán alcanzar la realización personal y social deseada.