Por Marta Burguet Arfelis
Doctora en Educación
Barcelona, junio 2010
Foto: E. del Prado
Es suficientemente sabida la constante violación de los derechos de los niños, y se pone nuevamente en relieve al saber noticias como las de algunos niños que presencian violencia de género en su casa y hasta asesinatos de sus progenitores. Se han hecho muchos esfuerzos para garantizar los derechos de los niños, sin embargo, esto aún no ha sido posible en todo el mundo. Algunos especialistas señalan la importancia de acompañar los derechos de los correspondientes deberes porque, al fin y al cabo, que unos y otros tengamos derechos que nos amparen implica que, al mismo tiempo, todos tenemos también unos deberes en relación a los demás. Y este es quizás el nivel de responsabilidad que hemos descuidado, o al menos, ha quedado en el olvido. Quizás por aquello de expulsarse responsabilidades y no dar la cara por lo que nos hacemos los unos a los otros.
En esta línea, un grupo de expertos elaboró este invierno en el santuario de Montserrat, en Cataluña, lo que denominaron el Manifiesto de Montserrat, en el que citan la prioridad de las necesidades no materiales de la infancia entendidas como un derecho humano a preservar. El manifiesto remarca que estas necesidades no tangibles son también suficientemente reales y van orientadas a la dimensión espiritual. Unas necesidades que ya quedaban patentes en la Convención de los Derechos de los Niños en lo que se refiere a derechos de tipo moral, espiritual, social y cultural.
El énfasis que se pone en resolver las prioridades materiales, muy a menudo hace que queden en el olvido aquellas menos tangibles y que, por su misma esencia, no siempre son atendidas.
El Manifiesto destaca la diferencia entre derecho espiritual y derecho religioso, y recopila en esta dimensión espiritual todo lo que corresponde a la identidad global de la persona, relacionada con los valores, su manera de vivir y su sentido trascendente.
En una sociedad en la que se habla ya de construir nuevas formas de ser y de estar en el mundo, se deben orientar estas nuevas formas para que no menosprecien ninguna parte de esta integralidad de la persona, y priorizando el tener, no mengüen la vertiente de construcción del ser. Cuando enmarcamos los parámetros de salud social en el bienestar de la sociedad, debemos tener presente aquellos indicadores que nos remiten al bien-ser del ser en la sociedad. Unos indicadores que deberán preservar el bien-ser de esta franja de edad infantil que acontecerá el futuro de nuestra sociedad, pero no meramente como futuros ciudadanos, sino como seres presentes que tienen pleno sentido en su etapa evolutiva actual.
He aquí, pues, este Manifiesto, una propuesta más para trabajar el bien-ser, como prioridad más sólida en la sociedad del bien estar, que por esencia acontece más efímero.