Por Javier Bustamante Enríquez
Psicólogo social
Badalona, mayo 2010
Foto: Gutter
Cine de autor, joyas de autor, vinos de autor, cocina de autor, arquitectura de autor… El término “de autor” es un calificativo contemporáneo asociado a una cierta oferta de productos. Por ejemplo, cuando acudimos a un restaurante donde se sirve cocina de autor, más allá del platillo que comemos, lo que consumimos es la exclusiva de haber sido creado o preparado por un determinado chef de moda.
Ciertamente, a la autoría de una creación se debe sumar el renombre de la persona que la ha desarrollado. Una película que entra en el género de cine de autor, no necesariamente es sinónimo de cine comercial. Por el contrario, muchas veces se destaca por lo contrario. En este caso, la denominación “de autor” se refiere a la maestría con que un creador desempeña su oficio. Dichas obras adquieren el estatus de piezas de colección, entre otras cosas, por la dificultad de ser encontradas en circuitos comerciales.
El llevar una prenda o una joya de autor, parece que nos hace exclusivos, como aquello que nos adorna. La búsqueda de la unicidad, de la diferencia con respecto al resto, cuaja perfectamente en las producciones de autor. Habitar o trabajar en un edificio realizado por el arquitecto o el despacho en boga, nos da la sensación de estar de otra manera en el mundo.
Los productos “de autor”, por su cualidad de no masivos y cuasi artesanales, además de estar hechos a medida de quien los lleva o consume, nos proporcionan el tan buscado sentimiento de ser únicos. Lo cual, en sí, es natural en el ser humano. Ser diferente, ser único, son factores que conforman la identidad de cada persona. Lo cuestionable es aprovechar estas condiciones para estimular un consumismo exclusivista.
Quitando la carga negativa que pudiera tener el calificativo y trasladándolo a otro terreno, proponemos acuñar el término “silencio de autor”. Quizás suena extraño: el silencio no es propiedad intelectual de nadie, ni siquiera es un bien material que pueda poseerse o comprarse. Precisamente, por lo paradójico que resulta, es que invita a reflexionar en ello.
Partamos de que el silencio no es la ausencia de sonidos o un mutismo o sordera autoimpuestos. El silencio es una experiencia de apertura hacia la realidad, un distanciarse intencionadamente para estar más cerca de lo que sucede, una escucha atenta de uno mismo y de lo que nos envuelve. No implica la anulación de los sentidos, más bien un afinamiento de estos para captar con más sensibilidad la vida que nos acontece.
Hablar de un “silencio de autor” es hablar de un silencio a medida de quien quiera experimentarlo. El silencio es exclusivo de la persona que desee vivirlo y, da a esa persona, la conciencia de ser única. El silencio siempre es nuevo (y renovador), uno de los beneficios que se busca con los productos “de autor”. Y, algo importante, “el silencio de autor” tiene denominación de origen. Sí, el origen, la tierra donde arraiga, es la misma persona que vive ese silencio.
A diferencia de los otros productos “de autor”, no nos viene de fuera ni hay que gastar grandes sumas para conseguirlo. El “silencio de autor” lo creamos cada uno, artesanalmente, a nuestra medida, partiendo del mejor ingrediente que es nuestra propia existencia. El autor de ese silencio soy yo.
La mayoría de los productos de autor se realizan partiendo de una gran experiencia y de una cierta maestría y arte en su elaboración. Todo esto significa horas de práctica, empeño, creatividad, gusto. El “silencio de autor” también pide que le dediquemos tiempo, gusto en su ejecución, sensibilidad en su paladeo, amor en su ingestión, constancia y paciencia en su desempeño. Los frutos de cultivar un silencio así son una paz y una alegría ante la existencia que nos ha sido dada.