Por Marta Burguet Arfelis
Doctora en Educación
Barcelona, marzo 2010
Foto: Akeg
Las denominadas redes sociales están de moda incluso en el entorno político. Muchos de los representantes de los diferentes partidos tienen su espacio en el facebook, hasta el mismo presidente de la Generalitat de Catalunya. Estas redes son las que unen personas por el ciberespacio y crean relaciones entre los denominados «amigos virtuales». Digo «denominados amigos» porque hay facebooks que están al límite de los amigos que la red permite incluir, que llega a cinco mil. Si nos atenemos a las expresiones de amigos comentadas en el programa radiofónico «El oficio de vivir», de Gaspar Hernández, el círculo de «amigos» es diferente del círculo de «conocidos» y del círculo de «saludados». Parece, no obstante, que en el ciberespacio consideramos amigos y amigas a todos los que decidimos incluir como tales en facebook.
Quizás la amistad llega a ser uno de aquellos términos ambiguos que viene determinado por el uso que hacemos de él. Seguro que los jóvenes y adolescentes tienen muchos «amigos» en el facebook y en su círculo de relaciones quieren tenerlos cada vez más, mientras que a los cuarenta años los amigos son ya muchos menos y a los sesenta me temo que quedan unos pocos. Quizás porque a lo largo de la vida ponderamos más la calidad que la cantidad, o quizás porque a lo largo de la vida, los embates del tiempo hacen una especie de selección natural.
El caso es que la virtualidad parece que amplía amigos, mientras que la presencialidad los reduce radicalmente. Las uniones tejidas por las redes sociales no presenciales, dicen los sociólogos, son uniones más débiles, líquidas, en palabras de Bauman, con lo cual permiten incrementar el número de relaciones por la fragilidad sobre la que se sustentan. Mientras que las uniones presenciales requieren un vínculo más fuerte, una implicación con el otro mucho más cercana, no necesariamente con maneras de pensar compartidas. Pero el caso es que tener amigos, de estos presenciales y no meramente de los «saludados» o «conocidos», implica tiempo compartido y para cultivar la amistad, cuidarla y hacerla crecer.
Algunos sociólogos hablan ya de «humanos sincrónicos», como los que viven sólo el presente y que no hacen caso de las experiencias pasadas ni de las consecuencias futuras de sus actos. Bajo esta estrategia de vivir sólo el presente se afianzan unas uniones con los demás de carácter débil. Está bastante estudiado que esta falta de relación cara a cara es más fácil de olvidar. Un acto impersonal permite abandonar más fácilmente los vínculos y se fundamenta en una relación interpersonal más ligera, más líquida, más fácil que no se mantenga en un futuro ni se enraíce en ninguna relación proveniente del pasado. En definitiva, aquellos actos impersonales dejan menos huella y tejen relaciones más fácilmente deconstruibles y más esporádicas.
Al fin y al cabo, una sociedad como la nuestra, con diversas redes sociales virtuales, toma un cariz relacional más débil, y no en vano con más margen para la incertidumbre y la inseguridad, en la que la personalidad más fácilmente se ve sacudida y puesta en cuestión. En definitiva, redes sociales débiles crean un tejido ciudadano anclado en la superficialidad.
Aún así, Internet, como espacio social en el que tejer vínculos, podrá crear, nutrir y cultivar también relaciones sólidas. En cualquier caso, que sean vínculos cuantitativos o cualitativos llegará a ser una cuestión más de cariz ético que instrumental. Educar para movernos por la red deberá considerar, pues, la dimensión moral.