Por Marta Miquel Grau
Colaboradora del Ámbito Maria Corral
Salamanca, España, febrero 2009
Foto: Gianni D.
En los últimos años las tecnologías de la información y la comunicación han registrado un crecimiento exponencial en todo el mundo. Millones de teléfonos móviles, PDAs, Blackberrys y ordenadores se conectan a la red cada minuto para intercambiar documentos, imágenes, música o simples palabras; sin embargo, en las mismas grandes ciudades donde abundan estos gadgets, los rostros de muchos de sus ciudadanos transmiten más la sensación de soledad que de hiperconexión. Es que, ciertamente el sentirse acompañado, escuchado y comprendido no depende ni de las conexiones ADSL o del wifi, sino de la receptividad y acogida de quienes nos rodean. Y aunque parezca extraño, esa acogida y escucha es hoy un bien escaso.
Los economistas y empresarios lo saben bien, el éxito de un negocio depende de si el producto que ofrece responde o no a las necesidades de los consumidores: alimentación, abrigo, descanso, transporte, formación, ocio, que en las manos del mercado se convierten en atractivos y sofisticados productos y servicios que son los motores de la economía. Pero, ¿son sólo estas las necesidades realmente importantes para las personas?
En la mayoría de las grandes capitales del mundo es posible encontrar casi “de todo” para mejorar la calidad de vida y el rendimiento laboral, eliminar el estrés y cuidar el cuerpo, entre otras necesidades; sin embargo, aún existen necesidades pendientes de resolver, como por ejemplo, la necesidad de sentirnos acogidos y escuchados en un ambiente cómodo y acogedor (sea como sea lo que cada uno entienda por ello).
Pensando en clave creativa y de marketing nos preguntamos qué pasaría si un día cualquiera apareciese un enorme cartel en una calle comercial de una gran ciudad, con la frase: «it’s very important». Probablemente captaría la atención de muchos ciudadanos, independientemente de su edad, sexo, origen, situación económica o personal.
El letrero indicaría la entrada de un gran edifico, “¿unos grandes almacenes quizás?” –pensarían algunos. El interrogante sería patente ya que no habría ningún signo que ayudara a desvelarlo y eso, precisamente, llamaría aún más la atención de quienes pasasen por delante. Sin más información, no sería extraño que al cabo de poco se acercasen algunos curiosos y rápidamente se formase una larga fila de ciudadanos expectantes ante el sugerente cartel.
En la fila una anciana de ojos brillantes y la piel arrugada se apoya con fuerza en su bastón, ¡quién sabe desde qué hora estaría allí y qué anhelaría encontrar en ese lugar! Un poco más atrás, una pareja con dos niños pequeños comentan: “¿qué es esto?, ¿regalan algo?, ¿hay cámaras?”, ¡tenemos que entrar! Estudiantes, dependientas, oficinistas, comerciales, adolescentes… se mezclarían en la fila motivados por la curiosidad y las expectativas. En ese contexto, los rumores no tardarían en emerger, pero nadie tendría la información exacta para desmentirlos.
Curiosamente, al salir del edificio, todos lo harían con el semblante transformado, una mezcla de alegría y paz en el rostro, el andar sereno y la mirada brillante y profunda. ¿Qué hay dentro del edificio que genera esa reacción en quienes entran?, ¿qué significa aquel inquietante «it’s very important»?
Cruzando el portal del edificio cada visitante sería recibido individualmente en un espacio de colores cálidos, luz tenue y una música especialmente elegida para él o ella. A la anciana le ofrecen té; a los niños, caramelos; y a sus padres, un refresco. Para cada uno de ellos habría una persona dispuesta a acogerles y escucharles sin prisas, sin consejos ni juicios, sólo cogiendo lo que cada uno tenga que decir. Profesionales de la escucha, de la acogida, de las cosas que son “muy importantes” para cada uno.
Esta podría ser una buena fórmula para responder a la imperiosa necesidad de escucha que tenemos los seres humanos, pero ¿es necesario llegar hasta esta situación? Sin duda el individualismo que atraviesa las sociedades actuales produce una soledad de la que sólo podemos liberarnos unos a otros si salimos de nosotros mismos y decidimos acoger al otro, atender a su mirada, a sus palabras y quehaceres y responder en consecuencia con palabras serenas y gestos de acogida… Por fortuna, para hacerlo, no hace falta gran cosa, apenas un poco de tiempo, paciencia y empatía.
Aún en nuestras hiperconectadas y frenéticas ciudades es imprescindible que aprendamos a situar en su lugar cuáles deberían ser las prioridades en nuestra vida para poder ir tejiendo una red que sea suficientemente fuerte para aguantar el peso de nuestros sufrimientos, y suficientemente seria para compartir las alegrías de los otros y alegrarnos con ellos, una red que permita escuchar y ser escuchado.