Por Esther Borrego Linares
Trabajadora Social
Barcelona, mayo 2014
Foto: Carmen Sanchez
Deberíamos saber aprovechar y valorar mejor los espacios de sobremesa. Probablemente esta afirmación la hemos escuchado en alguna ocasión y siempre deberíamos tenerla presente, convirtiéndola en una realidad de nuestra vida. Esto me ha recordado una sobremesa que, precisamente, viví recientemente.
Hace tiempo recibimos la visita de un amigo que nos pidió un alojamiento para pasar una semana en Barcelona. Su estancia tenía un único objetivo: encontrar a un viejo amigo para que le tradujera una carta que le habían enviado sus hijos.
Así que llegó, se instaló y tras una primera comida salió a buscar a su amigo. Al día siguiente, cuando le preguntamos a la hora de comer si lo había encontrado, su respuesta, acompañada de una sonrisa, no fue muy alentadora, pero aún así decidimos esperar un día más. De pronto, sin embargo, intuimos que seguramente ni siquiera sabía dónde buscar a su amigo, puesto que podía ser que no tuviera muchos datos sobre él.
Al segundo día, durante el almuerzo, volvimos a hacerle preguntas: «¿Qué haces para buscar a tu amigo?, ¿Sabes dónde vive?, ¿Tienes su teléfono?». «No»
–contestó– «le espero en la puerta del bar al que acude habitualmente». Aunque él no estaba nada preocupado, nosotros ya empezábamos a pensar que, así, era imposible que se encontraran. Después de hacerle unas cuantas preguntas más, supimos que su amigo se llamaba William y que era de Tanzania; no disponíamos de más datos.
Fue entonces, cuando se produjo una escena que todavía me hace pensar en la riqueza que aporta el compartir mesa con personas de procedencias diversas, que tienen una vida y una historia muy diferentes. Cada uno propuso una idea de forma espontánea: «¿Y si dejas el teléfono de casa por si pasa por el bar cuando tú no estás?», «Pues yo conocí a un chico que también se llamaba William y que era de Tanzania»… Incluso intentamos leer la carta en swahili hasta que, por la tarde, una persona que vino a visitarnos nos recordó que teníamos una amiga de Kenia que nos podría hacer la traducción. Y fue así como lo solucionamos.
Son muchas las ocasiones en que nos sentamos alrededor de una mesa con personas diferentes… pero raramente aprovechamos ese momento para compartir con los demás nuestra vida o nuestras vivencias –lo que nos alegra o nos preocupa–, para que ese espacio sea en una oportunidad de crecer y de acercarnos a los demás.
También este tiempo de sobremesa puede ser un buen momento para reflexionar en torno a determinados temas, aquellos que el ritmo de la vida diaria, no nos permite y menos hacerlo con personas que no tenemos habitualmente a nuestro alrededor. Poder compartir desde la diversidad y la espontaneidad que nos ofrece una mesa, donde comer juntos –como en el caso que relataba– nos proporciona siempre nuevas oportunidades de conocimiento. Pero también nos puede aportar soluciones prácticas y necesarias.