En el festival, Joves que canten, viure en plenitud, organizado hace unos años por el Ámbito María Corral y creado con la finalidad de premiar letras con sentido, una de las canciones presentadas decía: «quiero ver la natural belleza que hay bajo tu piel». Es decir, no me contento con una belleza epidérmica sino que busco aquella que hay más allá del aspecto físico. Es como la «recóndita armonía de varias bellezas» a la que canta la primera aria de la ópera Tosca, de Puccini. La búsqueda de esta belleza íntima se convierte en una profunda fuente de conocimiento, que va más allá del mero conocimiento intelectual. En la Biblia, la palabra «conocer» nos remite a la unión carnal, para expresar así la máxima fusión de dos seres que buscan la unidad.
María Zambrano, filósofa y escritora, hablaba de la razón auroral. Es decir una razón que no es como un sol de pleno mediodía, sino que es la razón humilde que aportan los primeros rayos del sol matinal, que acarician las formas dejando todavía muchas zonas en penumbra, en aquellas horas en las que la razón y el misterio, conviven. Esta razón instrumental y humilde es la que orienta y estimula el conocimiento que conduce a la contemplación de la belleza verdadera.
Ciertamente, esta búsqueda no es fácil. Ya en el diálogo platónico de Hipias Mayor, Sócrates, acaba concluyendo que, tras las diatribas con Hipias, puede comprender mejor lo que dice un proverbio griego: «las cosas bonitas son difíciles». Es decir, el camino de la belleza auténtica no es llano, sino que requiere de un largo aprendizaje que puede durar toda una vida. Como decía sabiamente la pedagoga Marie von Ebner Eschenbach: «en la juventud aprendemos, en la vejez entendemos».
Alfredo Rubio –promotor de estas Cenas– afirmaba que la belleza es el norte de la libertad, lo que la atrae, lo que la mueve. Es un imán poderoso que focaliza todos nuestros sentidos hacia lo que deseamos y que a la vez nos emociona, llegando a las fibras más recónditas de nuestra alma. Por decirlo en otras palabras, donde hay esclavitud y sumisión forzosa, no puede haber belleza verdadera. «Contemplar la belleza afirma –David Jou– exige libertad y otorga libertad: nos libera de los límites de la rutina cotidiana y nos hace ver cosas nuevas, mayores profundidades y maravillas».
Cuando una acción es positiva la calificamos como buena. Cuando es especialmente abnegada o incluso heroica, la calificamos de bonita. Existe, utilizando un lenguaje más coloquial, la intuición, de que la belleza incluye la bondad y la supera. Por lo tanto, la verdadera libertad es la que se traduce en optar por un bello obrar.
Los cánones de la belleza son cambiantes y a lo largo de la historia han ido variando. Son importantes para comprender el espíritu de cada época, pero la belleza desborda los límites, a menudo enclenques e injustos, con los que se la quiere encorsetar. La belleza es un concepto universal, inmenso y plural que estimula todo un modo de conocer y de vivir con la libertad que posibilita el adquirir más sabiduría. Además, la belleza se puede trabajar desde diferentes disciplinas y se puede mostrar de forma muy diversa.
A los asistentes a esta Cena les preguntamos:
-Si es cierta la afirmación de Valverde: nulla aesthetica sine ethica (no hay estética sin ética), podría darse a la inversa: nulla ethica sine aesthetica (¿no hay ética sin estética?)
-¿Es posible implantar una verdadera pedagogía de la belleza? ¿Qué frutos esperamos?
-¿Sabemos apreciar la belleza? ¿Cómo hacer para contemplarla con mayor amplitud?
Ámbito María Corral
Ponentes
Teresa Batlle Pagés, Arquitecta
Guido Dettoni Della Grazia, Artista
Joan Martínez Colás, Creador de espectáculos
Marta Montcada, Artista multidisciplinaria