Por Annabel Carbonell Rios
Educadora
Barcelona, septiembre 2014
Foto: Creative Commons
Las noticias que nos llegan en los últimos tiempos nos conducen a un desánimo generalizado. ¿Cuál es la causa? Podríamos decir que, por una parte, se ha originado un desarraigo de la sociedad hacia sus representantes democráticamente escogidos y que por la otra, se ha constatado que para la mayoría de los ciudadanos las condiciones de vida son cada vez más difíciles.
En esta dualidad, sorprende la distinta apreciación de cada una de las partes. Una parte cree que la situación está mejorando y la otra no es capaz de ver esa mejora ni haciendo el máximo esfuerzo. ¿Cómo es posible que exista tal disparidad de sentimientos, si ambas partes comparten el mismo espacio físico (digamos país, por llamarlo de alguna manera)?
Si decimos que compartimos el mismo país, ¿tenemos claro qué entendemos por país? Hemos utilizado esa palabra para definir un espacio físico, pero cada uno de nosotros tenemos que preguntarnos cuál es el sentido que le damos. Creo que entre las posibles definiciones, estaríamos de acuerdo en que, país, es aquella entidad que formamos entre todos, algo así como la suma de muchas individualidades. Una suma de heterogeneidades que existe bajo un paraguas lo suficientemente grande para guarecernos a todos. Nos olvidamos, no obstante de que no basta con la suma, sino que hay que saber construir unidos.
Esta entidad, por lo tanto, debe transmitir aquellos valores individuales consensuados por todos sus componentes. Sin embargo, nos damos cuenta de que los valores que nos identifican no son compartidos por todos. Una parte de los representantes del conjunto ha decidido realizar interpretaciones subjetivas del concepto del bien común y ha adoptado el predominio de la individualidad (la suya propia) como concepto definidor de su visión de la entidad.
El desengaño, la desilusión, el sentimiento de engaño y la constatación de las diferentes mentiras, nos lleva a creer que ya no hay remedio; que a pesar del cambio que pueda darse por la vía democrática, todo continuará igual. Es, pues, un momento óptimo para la aparición de nuevos líderes, que utilizando un discurso de lo más demagógico, nos prometen soluciones a corto plazo y poco creíbles.
En realidad, la capacidad de cambio está en cada uno de nosotros, en nosotros mismos y en los valores que cultivamos a lo largo de la vida y que transmitimos a nuestros hijos e hijas. En las certezas logradas día a día mediante el esfuerzo vital de ser personas; en el hecho de ser capaces de mantener los principios fundamentales, esa ética de mínimos de la cual nace el diálogo intercultural, intergeneracional… ante cualquier situación que acontezca. Unos valores que emanan del interior de cada uno, de cada núcleo familiar, de cada comunidad educativa…
Es desde el interior de cada uno, como ciudadanos, que resulta necesario comenzar a revisar que entendemos por bien común, por solidaridad ciudadana, por buena vecindad… desde la convicción y la fortaleza de nuestros valores, desde su resistencia a la propia autocrítica y análisis.
En resumen: es desde nuestra voluntad, que de verdad contribuiremos a mejorar el conjunto de la comunidad de convivencia por encima del beneficio individual. Cómo dice Nelson Mandela: «La honradez, la sinceridad, la sencillez, la humildad, la generosidad sin esperar nada a cambio, la falta de vanidad, la buena disposición para ayudar al prójimo (cualidades, todas ellas, al alcance de todo ser humano) son la base de la vida espiritual de una persona», y sólo, a partir de esta base evitaremos que se marchite nuestro país.