Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, noviembre del 2014
Foto: Javier Bustamante
Tengo la costumbre, un vez al mes, dar un paseo por diferentes librerías. Me detengo especialmente en la sección de narrativa: me considero una devoradora de novelas. Aún así, no dejo de echar un vistazo a otras secciones, como puede ser la del ensayo. En una de estas «visitas de inspección» puse los ojos en un libro de Carmen Alborch, antigua ministra de Cultura y significada militante feminista, que acaba de publicar un libro titulado «Los placeres de la edad». Entre estos placeres me llamó especialmente la atención, un apartado dedicado a la amistad. Y fue a partir de ese momento que la mente se me fue hacia una reflexión sobre la relación entre placer y amistad.
En un primer momento parece un poco arriesgado relacionar estos dos conceptos. Placer quiere decir goce, la sensación que se tiene, después de haber conseguido alguna cosa, algo que nos motiva, nos proporciona alegría, nos emociona positivamente o que, en definitiva, nos hace sentir bien. El placer es una motivación que nos ayuda a completar nuestro proyecto vital al que podemos incorporar nuevas ambiciones. Es aquello que nos hace perseverar en lo que deseamos o intuimos que nos va a dar un bienestar. Generalmente buscamos el placer y huimos del sufrimiento. Pero para no crear malentendidos tenemos que relacionar la idea de placer con el esfuerzo, la responsabilidad y la superación y no confundirlo con hedonismo, que es la satisfacción inmediata de los deseos sin importar el interés de los otros o la mera excitación de los sentidos.
La amistad es la relación cariñosa con una persona, el afecto nacido de una estimación y benevolencia mutuas y va más allá de los posibles lazos familiares y del amor sexual. A diferencia de otras relaciones, como pueden ser las laborales, solamente por mencionar alguna, las relaciones de amistad se escogen y nadie las impone, con lo cual se da un margen en que la libertad y los gustos personales tienen algo que decir.
Es, mediante los amigos, que nos ponemos en contacto con la realidad más cercana desde un punto de vista diferente y es precisamente desde esta diversidad que nos enriquecemos: ver las cosas desde perspectivas diferentes nos hace cuestionar nuestro propio posicionamiento, revisarlo y cambiarlo si se tercia. Pero la amistad no solamente nos aporta este proceso de revisión. Es, con los amigos, con quienes nos divertimos, vamos juntos al teatro, al cine, de excursión… y esto nos hace regresar a casa satisfechos de haber disfrutado de un rato agradable, de habernos distraído un poco y de haber disfrutado de la vida, de ser más personas.
De todas maneras, los amigos son más que todo esto. Básicamente son también el hombro donde apoyarnos en los momentos difíciles. Son los amigos los que no tienden la mano y el hacerlo, siempre proporciona satisfacción, tanto a la persona que ayuda como a la persona ayudada. Esta relación de apoyo es de ida y vuelta; a veces es Juan quien ayuda a María y otras veces sucede al revés, pero siempre con el convencimiento de saber que cuando los necesitemos, los encontraremos. Todo forma
parte de la aceptación del otro, con sus aspectos buenos y los no tan buenos. Si buscamos un amigo que sea del todo, tal y como nosotros queremos, seguramente no lo encontraremos nunca y nos quedaremos sin amigos. Y una vida sin amigos es muy dura.
Así, pues, no cuesta mucho considerar la amistad como una fuente de placer, de recibir y sobre todo, de dar; placer por compartir penas y alegrías, teniendo la certeza que el otro estará en el momento oportuno.
Disfrutemos, pues, de la amistad. Lancémonos a vivirla intensamente, con el convencimiento absoluto de que estamos disfrutando de un placer inmenso: el de la amistad.
1 comentario
Tema interesantismo y bellamente escrito, tanto en su forma como en su contenido. Es como una magnífica melodía que va «in crescendo».
Enhorabuena y felicidades.