Por Javier Bustamante Enríquez
Poeta
Barcelona, enero 2015
Foto: Dukan
Sucedió que, después de asistir a una celebración, un amigo me pidió que le dejara descansar en mi casa que estaba cerca, ya que se encontraba agotado. Hacía poco había tenido un accidente. Yo no me podía negar, pero para mis adentros, pensaba: «Hace días que no me ha dado tiempo de arreglar la casa y está hecha un desastre». Sin embargo, no me podía negar pues este buen amigo necesitaba un descanso antes de continuar la jornada.
Continué pensando: «Esta es una lección de humildad para ti. Tu realidad presente es ésta. No te has dado tiempo para tener limpia tu casa. La petición de tu amigo es un buen toque de atención». Y así fue. Aquella tarde mi amigo descansó un rato en una casa que estaba hecha medianamente un caos.
Por otro, lado resultaba paradójico, pues yo iba muy arreglado a la celebración. Muchas veces nos pasa esto: cuidamos el exterior y descuidamos el interior. Es una gran incongruencia, sí, pero muy frecuente. Es más fácil guardar las apariencias, maquillar las limitaciones, hacer ver que estamos siempre bien. Lo difícil es la coherencia, es decir, que aquello que decimos o proclamamos con nuestras actitudes, sea realmente lo que vivimos y creemos. No se trata de ir desarreglados porque no hemos podido hacernos la cama, sino de ir buscando los equilibrios para ir llegando con paz a todos los aspectos importantes de la vida cotidiana.
Aquella mañana yo estaba preparado para salir de fiesta, me había arreglado perfectamente y lucía bien. Sin embargo, no estaba preparado para recibir la visita inesperada de un amigo en casa. Es como cuando hablamos mucho y escuchamos poco. Somos excelentes oradores, podemos estar horas exponiendo nuestra opinión sobre todo, pero no nos damos cuenta de las personas que tenemos a nuestro alrededor y de si ellos también tienen algo que aportarnos.
El hábitat natural de cada uno es su persona, su individualidad, su peculiaridad. Y este hábitat se extiende a los ámbitos por los que uno se mueve: la casa, el trabajo, los amigos… La manera en que uno se cuida también se refleja en esos ámbitos de co-existencia.
Aquel día de contrastes me enseñó que yo no estaba preparado para la vida. La vida, toda ella, es una sorpresa. Ciertamente hay cosas previstas, anotadas en la agenda, y cosas previsibles. Pero muchas veces la sorpresa, lo imprevisto, va irrumpiendo en la cotidianidad para que nos demos cuenta del gran margen de libertad que nos rodea. Si no estoy preparado para que un amigo sin previo aviso visite mi casa, mucho menos estaré preparado para que me visite la enfermedad o la muerte, por poner ejemplos extremos. Todo cabe dentro de lo posible.
Este estar preparado no es vivir con la incertidumbre de lo que pueda pasar. Se trata, más bien, de «vivir al día». Esta frase suena a vivir con lo justo. Pues sí, se trata realmente de vivir con lo justo. No tanto en el plano material, sino en el plano existencial. Cuando pretendemos vivir con más cosas de las que necesitamos, con más compromisos de los que podemos asumir, entonces las cosas salen de su lugar y el tiempo no admite más intromisiones. Perdemos el ritmo, la melodía y la armonía de la vida.
Ahora estoy aprendiendo a procurarme tiempo para tener la casa arreglada. No tanto por si aparece alguien inesperadamente, sino por estar contento y tranquilo viviendo al día y sabiendo que puedo ser digna morada para mí y para cualquier huésped que lo necesite. Intento hacer del presente mi casa, con toda la paz que esto da.