Por Sofia Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona julio 2015
Foto: es.paperblog
El resultado de las últimas elecciones municipales y pactos posteriores han llevado a varias mujeres a la alcaldía de grandes ciudades. Este hecho ha sido reflejado en algunos diarios, que han dedicado varias páginas a comentar las dificultades en que se podrían encontrar estas políticas para conciliar su vida profesional –hacer de alcaldesa– y su vida familiar. Creo que la situación invita a reflexionar sobre el recurrente tema de la conciliación.
Los mismos diarios a los que he aludido, no se han planteado nunca dedicar la misma atención a la conciliación de la vida laboral y familiar cuando se trata de hombres; de hecho es una tendencia bastante común. Hombres y mujeres tienen las mismas dificultades en este terreno, pero parece que socialmente y de una manera casi inconsciente se adjudica a las mujeres una serie de funciones como, por ejemplo, el cuidado de los hijos o las tareas del hogar, que parecen tener exclusivamente una etiqueta femenina. Afortunadamente, cada vez vemos más, como la división de roles en el hogar se vuelve más relajada: ya es corriente ver a hombres con criaturas pequeñas comprando en el supermercado, cosa que era impensable hace cincuenta años. Ahora sólo falta que se empiecen a ver estos cambios también en los medios. De todas maneras, la publicidad nos da cada vez más la imagen de un hombre que colabora en los trabajos domésticos.
La conciliación, entendida como la posibilidad de atender de manera ordenada, equilibrada, eficiente y satisfactoria las exigencias del ámbito familiar y profesional, es un problema social, no individual. Y se puede considerar un problema social porque hacen falta medidas sociales o mejor aún laborales para facilitarla. Las empresas, a menudo llevadas por la inercia o por unos departamentos de personal, más pendientes de aspectos administrativos o económicos que no personales, olvidan que los trabajadores pueden ser más eficientes e incluso productivos si llegan al trabajo en una situación más serena. Sea como sea, la responsabilidad no recae únicamente en las empresas: la Administración pública también tiene una buena parte de responsabilidad, con la creación de guarderías para niños o el alargamiento del permiso de maternidad o paternidad, por ejemplo. Las dieciséis semanas actuales son muy pocas, sobre todo si las comparamos con la duración del permiso en otros países de nuestro entorno.
Los problemas derivados de la conciliación no inciden sólo en las familias con niños pequeños; cada vez son más las familias que tienen personas dependientes a su cargo. Los familiares cuidadores también tienen que hacer malabarismos para poder atender a sus padres mayores y compaginar su vida laboral. Aquí la salida a esta situación parece más fácil, siempre que la economía familiar lo pueda sostener: el ingreso del abuelo o abuela en una residencia para gente mayor, una solución que sin embargo, conlleva el privar a las persones dependientes del calor familiar que tanto se agradece siempre y aún más especialmente al final de la vida. No obstante, las residencias realizan una importante función social, aunque de nuevo podemos encontrarnos con una barrera económica: las plazas públicas no son tan numerosas cómo sería deseable.
A menudo al hablar de conciliación evocamos las situaciones de familias con hijos pequeños y a lo sumo con personas mayores y dependientes, pero hay situaciones más o menos puntuales –como puede ser la enfermedad grave de un miembro de la familia adulto o niño– que también reclaman medidas especiales por parte de las empresas y de la Administración pública; a pesar de todo, hoy por hoy esta ha demostrado una gran sensibilización respecto a sus trabajadores, que facilita la buena práctica de la conciliación.
Tal como hemos ya comentado, la conciliación es un problema social que reclama una respuesta social, pero se deben tener en cuenta una gran variedad de situaciones familiares y personales.