Por Sofía Gallego
Psicóloga i pedagoga
Barcelona, noviembre 2015
Foto: Creative Commons
Una vez más la prensa diaria me ha sorprendido con una noticia que se me hace difícil dejar de comentar. Con el titular Un bebe en el poder nos explica que la secretaria de Servicios Sociales y de Autonomía Personal de la Generalitat Valenciana, va al trabajo con su hija Frida de tres meses y la amamanta cuando la niña lo requiere. También explica el diario que cuando la señora Sandra Casas fue llamada para ocupar esta secretaría condicionó su incorporación a la posibilidad de un horario flexible y al hecho mismo de poder amamantar su hija en horario de trabajo.
Que una madre quiera amamantar a su hijo no es una noticia que merezca más atención de que la habitual. En el mundo muchas madres lo hacen; la posibilidad de llevar el hijo al trabajo sí que lo es y suscita algún tipo de reflexión. La señora Casas tiene un cargo político, pero la pregunta a hacer es: ¿qué habría pasado si la misma demanda se hubiese presentado en una empresa privada? La respuesta cierta no la sé, pero la puedo imaginar; la negativa habría sido casi segura, alegando que a la empresa se va a trabajar, no a cuidar a los hijos, o cualquier otro argumento en esta misma línea negativa.
La situación demográfica en nuestro país no es muy espléndida: las mujeres cada vez tienen menos hijos o bien empiezan a tenerlos en edades tardías, con lo cual el espacio de tiempo fértil queda sensiblemente reducido. A menudo, la mujer se encuentra en la disyuntiva de tener que escoger entre la maternidad y seguir la carrera profesional, sin poderse permitir hacer ningún tipo de paréntesis en la vida laboral para poder continuar teniendo expectativas de futuro como profesional. No obstante eso, el reloj biológico no se detiene y el tiempo se acorta, como ya he dicho.
El país necesita ciudadanos para seguir adelante, tiene que haber generaciones de recambio, pero, desde mi punto de vista, hay unas preguntas que deberían tener respuesta afirmativa: ¿qué hace el país para ayudar las mujeres jóvenes para que puedan ser madres?¿Qué políticas de incentivación de la natalidad hay?¿Hay suficientes jardines de infancia públicas o privadas a precios asequibles y con horarios flexibles?¿El permiso de maternidad o paternidad de dieciséis semanas, es suficiente?¿Hay ayudas para las mujeres que después de interrumpir su carrera profesional tienen que volver a incorporarse al mercado laboral del trabajo?¿La respuesta a casi todas esas preguntas es negativa. Entonces, pues, ¿por qué nos extrañamos de las bajas tasas de natalidad que tenemos? No se puede olvidar que las ayudas de la Administración no pueden circunscribirse a la primera infancia. Un niño necesita atención durante unos cuantos años.
He centrado mucho la atención en la mujer, pero hay que tener en cuenta que el hombre también tiene y ha de tener un papel muy relevante en este proceso, de hecho imprescindible, y las medidas de incremento de la natalidad también han de implicar el hombre, aunque culturalmente y por costumbre haya una cierta tendencia a cargar más la responsabilidad sobre la figura femenina.
Ciertamente en los últimos años se ha avanzado mucho socialmente en estos aspectos, pero aún queda mucho camino por recorrer. Solo es necesario comparar las medidas que hay en nuestro país con las que se aplican en la mayoría de países de Europa.