Por: Anna-Bel Carbonell
Educadora
Barcelona, mayo 2016
Foto: Assumpta Sendra
Las palabras no siempre transmiten lo que siente el corazón. Somos capaces de buscar en las profundidades del pensamiento un montón de palabras nuevas, diferentes, ruidosas, difíciles, bilingües… Todo ello por intentar dar una imagen que –erróneamente– pensamos que es la que esperan nuestros interlocutores, a partir de una apreciación muy personal, y al mismo tiempo frívola, ya que hoy en día parece que es necesario investirse de felicidad e inmunizarse contra la dificultad si no queremos parecer «perdedores».
Inocentemente creemos en nuestra capacidad de transmitir a través de las palabras. Pero todo nuestro pensamiento lingüístico se hunde sin remedio ante una sencilla mirada que se fija –sin pedir permiso– en nuestros ojos y, sin usar el alfabeto se da cuenta de nuestro estado de ánimo real, de nuestros sentimientos, aquellos contra los cuales tantas veces luchamos.
Vestimos palabras con contenidos legales, con proximidades afables, con literalidades técnicas…, pero vacías de significado. En cambio, las miradas Interpelan, hablan de emociones, son incapaces de esconder miedos y angustias o de disimular alegrías y felicidades. Encontramos miradas de todo tipo –por descontado–, más allá del envoltorio que supone el color o el tamaño de los ojos. La mirada de quien quiere mirar y descubrir la vida con curiosidad y de quien se siente observado con desprecio o superioridad; de quien ya no sabe cómo expresar la tristeza o el miedo con palabras, pero que no las puede esconder cuando nos muestra su vidriosa mirada totalmente de desesperada angustia; la mirada de sinceridad que quien se siente cuestionado y de quien pregunta sin decir una sola palabra; la mirada llena de quien cree en la verdad y la de quien esconde, nervioso, un gran secreto; miradas de odio, de amor, de compasión…
La mirada de quien no tiene techo, de quien no quiere ser visto como una ta
ra social; la del joven que no se siente querido; la del niño que ha hecho una travesura y sonríe pidiendo perdón; la del refugiado que huye de su país sin quererlo y choca con el muro de la falsa hospitalidad; la de la madre que amamanta a su hijo recién nacido; la del abuelo que rezuma experiencia; la del amigo que siempre està; la luz de una mirada cercana que nos acompaña en aquel momento difícil; la mirada de complicidad que quien nos sostiene…
Miradas que osan hablarnos, simplemente.