Por: Assumpta Sendra Mestre
Periodista
Barcelona, septiembre 2016
Foto: Creative Commons
Un estudio de una consultora americana Future Workplace afirma que los niños que ahora están en los primeros años de escolarización trabajarán en más de quince trabajos diferentes durante su vida. Este resultado evidencia que estamos en una transformación social que requiere un cambio de mentalidad. Pide revisar el sentido de la formación humana e intelectual para que los estudios de presente y de futuro contemplen la variedad de profesiones concretas, y que los alumnos se tendran que preparar para tener agilidad para poder asumir diferentes responsabilidades profesionales. Gregorio Marañón (1887-1960) a menudo explicaba que la edad adecuada para empezar una carrera universitaria era a partir de los veintiún años o más. Podía parecer que era una exageración, pero decía que ante las decisiones serias de la vida era necesario tener una madurez intelectual.
Uno de los pilares esenciales a considerar por esta madurez es la educación en qué todos somos responsables: la sociedad, la familia, los grupos sociales, la escuela y la enseñanza superior. Todos somos «educadores» y, a la vez, estamos siendo educados, ya que la educación está presente en nuestras acciones, sentimientos y actitudes desde el ser y el hacer. Esto sucede tanto de manera consciente como inconsciente porque la persona es observadora de los otros que, además, son referentes.
¿Cómo tendría que ser la educación de los niños y adolescentes para que se conviertan en adultos libres y responsables? ¿Cómo hacer para que ante los cambios constantes sean personas que desarrollen un proceso vital sano? ¿Cómo contribuir en la formación humana de los niños y jóvenes para ayudarlos a discernir, a hacerse preguntas y a tomar decisiones? ¿Cómo enseñarlos a aprender de forma motivada y entusiasta? Son preguntas abiertas con muchos tipos de respuestas, pero la coincidencia es que los adultos tienen que hacer el esfuerzo de colaborar para que las nuevas generaciones puedan ser felices con la realidad que tendrán que vivir.
El gran reto de los educadores es preparar personas para la vida. Por lo tanto, ser conscientes y consecuentes del significado profundo y serio de una educación global del ser. Es decir, la aplicación de una pedagogía que ayude a la propia existencia, a aceptar la propia singularidad con los límites para poder mejorar y reconocer a los otros. Una pedagogía que ayude a dar respuestas a las preguntas existenciales y que tenga en cuenta las actitudes personales y sociales adecuadas para ser feliz y coherente.
A lo largo de la historia, diferentes pedagogos considerados grandes innovadores en la educación dejaron huella por su propuesta de reformar la escuela para que la educación fuera una oportunidad para mejorar la calidad de vida. Una escuela nueva que quería priorizar el valor y la dignidad de la infancia centrándose en la espontaneidad del niño y potenciar su libertad y autonomía. Entre otros, Ovide Decroly (1871-1932), que proponía una escuela nueva con unos principios pedagógicos que resaltaran «la escuela para la vida mediante la misma vida» o Maria Montessori (1870-1952), que consideraba que los niños «se construían a sí mismos, ya que ellos eran los maestros». Hoy, también se proponen nuevas escuelas con nuevos retos porque lo más significativo, precisamente, sigue siendo el niño que, según su etimología latina, significa «el que no habla», pero ya se expresa. El niño empieza un itinerario de aprendizaje desde una educación integral que contempla todo el ser, es decir, el desarrollo intelectual, emocional y corporal. También hay que tener presente la adolescencia, es decir de los 13 a los 18 años, que es una etapa de maduración del cerebro en que se pone en marcha una especial potencialidad para poder aprender y comprender. Se tiene que entender este desarrollo cerebral, más allá de los aspectos hormonales, a qué tanta importancia se ha dado.
La escuela asume grandes responsabilidades, pero es necesario el apoyo de la sociedad y la intervención directa de las familias porque el desarrollo del niño, del adolescente y del joven sea coherente para llegar a ser persones adultas y maduras, con criterio propio y compromiso ético. Desde el aprendizaje realizado con esfuerzo y coherencia se desarrollarán las competencias necesarias y habilidades correspondientes para asumir las transformaciones sociales y dar respuesta a la realidad que toque vivir. Víctor Frankl (1905-1997) en su libro El hombre en busca del sentido invita a hacer una exploración del ser: «vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo». Una buena propuesta para el inicio de un nuevo curso que como, siempre, requiere realismo, humildad, coraje, compromiso, entusiasmo, alegría… y también buen humor para poder vivir y convivir.