Por: Pere Reixach
Especialista en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Barcelona, octubre 2019
Foto: La Seu d’Urgell – TurismeSeu
Hic et nunc: Aquí y ahora, aún utilizamos centenares de expresiones latinas heredadas de la Roma Imperial que, como frases hechas, dan fuerza a nuestros dictámenes, situaciones, estados de ánimo, etc. Una de ellas, sursum corda: arriba los corazones, nos llega a través de las misas en latín. Es la invitación del sacerdote a la que el pueblo respondía: Habemus ad Dominum, eso es, «los elevamos al Señor». Sin embargo, el sursum corda también se usa en la vida cotidiana a fin de dar ánimos o infundir valor y, substantivando ambas palabras como una sola se dice, con ironía, eres un/a sursuncorda, que es como decir que eres un/a top ten.
Sursum Corda también es el nombre de un bar-restaurante-salón de té que se encuentra en la Seu d’Urgell. Antigua y bella ciudad que cuatro matrimonios, amigos de toda la vida, visitamos durante unos días para disfrutar observando «la más bella catedral románica de Catalunya», en palabras de Josep Pla, y de los parajes, tranquilos y sedantes, de alta montaña.
No es extraño que el nombre Sursum Corda del restaurante nos despertara la curiosidad y la nostalgia de tiempos de monaguillos y catecismos. Como las referencias en Internet daban una buena relación calidad/precio y la posibilidad de compartir platos, medias raciones y tapas, decidimos reservar mesa e ir a cenar. La sorpresa por la decoración fue mayúscula. No era solo el nombre ‘de misa’, sino que todo el local estaba lleno de cálices, una custodia, una casulla antigua cubierta por un vidrio a modo de alfombra, un armonio colgado del techo, una pared llena de niños y niñas vestidos de primera comunión, retratos de procesiones, utensilios, así como el incienso en los lavabos. En fin, llena referencias y símbolos católicos.
¿Era pura estética? Para nosotros, no. ¿Era irreverente? Para nosotros, sí. Preguntamos al propietario la génesis de su idea. Nos dijo que vistas las experiencias que había tenido de los alquileres, había querido explotarlo personalmente. Quiso hacer una decoración original y contó para ello con objetos religiosos que tenía como coleccionista, algunos obtenidos de sus predecesores. También compró algunos por Internet, como la custodia. Influyeron en su idea muchos años de asistente y ayudante de oficios religiosos. Con una cierta sonrisa nos dijo: «Quiero expresar una cierta rebeldía en una ciudad levítica como la nuestra, inmersa desde siempre en la vida clerical». Salimos del local con un gusto agridulce. Dulce por la comida, pero muy y muy agrio por la decoración.
Explico esta anécdota porque entiendo que una banalización de los símbolos que forman parte de nuestra cultura la denigra y facilita su anemia. Los símbolos son fundamento de humanidad y de cultura. Somos humanos porque tenemos la capacidad de crear símbolos. Los símbolos enlazan el pasado con el presente y nos proyectan al misterio, a lo trascendente. Banalizar los símbolos, situarlos fuera de lugar y desfigurar el sentido simbólico en el tiempo presente es atrofiarlos, es ofender los sentimientos de mucha gente y muchas generaciones que los han tomado como referencia y como guía. Sin raíces, ni referencias, nuestra identidad cultural va a la deriva.
Quise hacer una comprobación de campo preguntando a un camarero, de la comarca del Urgell toda su vida, que le parecía la decoración del Sursum Corda y cuál era la opinión general. La respuesta fue contundente: «No soy practicante religioso, pero estos símbolos, para mí, no están en su lugar. Si eres propietario de estos objetos religiosos debes hacer un uso adecuado o bien llevarlos al Museo Diocesano». Eso no lo digo solo yo, sino mucha gente de la Seu d’Urgell.
Estoy plenamente de acuerdo. Banalizar los símbolos es banalizar la cultura, demasiado perjudicada por el imperio omnipresente de la imagen que amputa el pasado y omite toda trascendencia. La reflexión sobre la necesidad simbólica que tenemos los humanos para enlazar generaciones, para acercarnos al misterio y llenar de contenido ético el presente, me lleva a denunciar también el uso de ciertos símbolos episcopales que están fuera de tiempo y, a mi modesto modo de entender, son quizás antievangélicos y, por tanto, quizás anticristianos.