Por: Javier Bustamante
Poeta
Barcelona, octubre 2019
Foto: Assumpta Sendra
Llegué a la palabra simultaneidad a raíz de un ejercicio que realizamos con un grupo estando de visita en un claustro. Se trataba de hacer silencio durante un minuto, cerrando o no los ojos, para captar la esencia de ese espacio arquitectónico diseñado para la contemplación.
Al concluir la experiencia, nos fuimos preguntando qué habíamos captado cada quien. Las respuestas fueron variadas y algunas se iban repitiendo: el sonido del viento, el agua que brota de la fuente, el paso de un avión, la tos de alguna persona del grupo, una puerta que se cerró a lo lejos, el canto de unos pájaros, un bolso que cayó…
Y como el tema de conversación era sobre el silencio, solo hablamos de los sonidos que captamos al prestar atención. No ahondamos en lo que habían visto quienes tenían los ojos abiertos. Ni tampoco en lo que habíamos sentido o pensado durante ese lapso de tiempo. Lo cierto es que aquel minuto de silencio modificó el resto del itinerario. Nos habíamos vuelto más perceptivas y perceptivos hacia los estímulos que nos rodeaban.
Terminamos nuestra incursión al pasado sabiendo algunas cosas más y nos despedimos. Sin embargo, yo quedé instalado en aquella experiencia y surgió en mí la palabra simultaneidad. ¡Todo lo que había captado en aquellos instantes de atención estaba sucediendo al mismo tiempo! Y no es que se hubieran puesto de acuerdo para acontecer así, sino que había coincidido en esa coordenada temporal. Seguramente algunas de las realidades que se escucharon hacía rato que se manifestaban, por ejemplo el sonido del viento. Otras, como aquel avión a kilómetros de distancia, hacía horas que volaba, pero justo en ese momento pasó sobre aquella zona. Algunas más hicieron su aparición efímeramente y dejaron de escucharse en segundos.
La reflexión es que en todo momento están sucediendo cosas simultáneamente. Y, dependiendo de si agudizamos más o no nuestra percepción, podemos ser conscientes de ello. Ahora, el término de simultaneidad no solo hace referencia a que dos cosas sucedan al mismo tiempo, sino a que entre ellas exista una relación.
Lo podemos entender mejor con un concepto musical: el acorde. Un acorde se da cuando suenan tres o más notas diferentes al mismo tiempo. Pero, para que este acorde tenga determinadas características, es importante la relación que guardan dichas notas entre sí.
Volviendo al ejercicio en el claustro, todos aquellos sonidos que escuchamos de manera simultánea, ¿qué relación guardaban entre sí? Podemos pensar que entre las fuentes que los originaban seguramente muy poca. Quizás solo el hecho de compartir un mismo lapso de tiempo en un espacio común. ¿Y qué sucede con lo que no se escucha o no se ve, pero está aconteciendo también simultáneamente? Hay fenómenos, realidades, que aparentemente no están conectadas, pero que guardan una relación íntima que las hace depender para su existencia.
Pasemos del claustro a un espacio más reducido: el propio cuerpo. La inspiración de oxígeno de mis pulmones se está combinando con otras reacciones bioquímicas de manera simultánea para que las células del cuerpo puedan irse regenerando y el organismo entero pueda vivir.
Y así como en mí se dan procesos simultáneos que me permiten vivir, fuera de mí también. La simultaneidad nos abre la puerta a la interdependencia. De muchas maneras, los seres vivos, los acontecimientos, los fenómenos naturales se necesitan unos a otros para poder existir. A menudo en una relación de causa-efecto, no necesariamente simultánea. A veces en una relación de simultaneidad, donde un elemento los vincula o hace posible su coincidencia en el tiempo y el espacio.
Hagamos una simulación como ejemplo. Pongamos por caso una corriente de aire. Esta puede ser la causante de que la hoja de un árbol caiga al suelo. Esa misma corriente transporta polen que será depositado lejos de la flor donde nació. Esa misma corriente sirve de soporte para planear un pájaro. Esa misma corriente levanta polvo que entra a mi ojo. Todos estos acontecimientos pueden darse simultáneamente y gracias a un elemento que los ha puesto en relación al mismo tiempo. En este caso, una corriente de aire.
La simultaneidad como la interdependencia son aspectos de la vida que nos ayudan a darnos cuenta que no somos el centro del mundo. Aquello que suele denominarse antropocentrismo, a nivel de especie, o egocentrismo a nivel individual. Compartimos tiempo y espacio con el resto del cosmos en una simultaneidad que podríamos llamar óntica, es decir, existencial.
Somos «seres para los otros». Este es probablemente uno de los sentidos de la palabra universal. Universo viene del latín unus, que quiere decir «uno», y versus que puede traducirse como «en dirección de», «hacia» o «vertido». Quizás no es su mejor traducción, pero podemos tomarnos la libertad de decir que «universo es aquello que sale de sí, que se vierte, que toma una dirección que no es uno mismo».
Salir de sí mismo, también es entrar en uno mismo, en el sentido de que somos parte del universo. Pero es un entrar en sí mismo de manera reflexiva y descentrada.
Hemos ido de la simultaneidad a la interdependencia y, de esta a la universalidad. Este recorrido nos situa en el umbral de la humildad y del límite. En la medida en que me percibo simultáneo al resto de seres vivos, esto me ayuda a situarme en el mismo plano. La superioridad no tiene cabida, solo el asombro y el respeto.