Por: Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, noviembre 2019
Foto: Pixabay
A menudo socialmente se hace presente la problemática planteada a las mujeres jóvenes en referencia a su Desarrollo Professional (DP).
Dejando a un lado definiciones técnicas, podemos considerar el DP como la consecución, dentro de la profesión u ocupación, del crecimiento, promoción y la autorrealización de la persona. Todos tienen su trayectoria de DP, no es una cuestión reservada a las personas de un determinado estatus profesional o económico. En cualquier trabajo la persona puede aspirar a tomar más responsabilidades y a realizar su trabajo cada vez mejor y a encontrar en él la satisfacción personal y profesional, por tanto queda ya manifiesta la generalidad de la situación. No obstante, hay colectivos que lo tienen más difícil que otros. Las mujeres jóvenes –entendiendo por tales aquellas que se encuentran dentro de la franja de edad de los dieciséis hasta los cuarenta años– son un grupo bastante perjudicado principalmente a causa de que en este tiempo se unen dos circunstancias importantes en su vida que ahora explicaremos.
La primera está relacionada directamente con el lugar de trabajo. Al inicio de la vida activa se exige a todos un esfuerzo por encontrar el emplazamiento adecuado y aprender a dar la respuesta esperada a las distintas demandas sociales y profesionales. No obstante, la competitividad del mercado de trabajo hace que esa exigencia se alargue en el tiempo. En el caso de las mujeres –y esta es la segunda circunstancia citada anteriormente– este es el momento que la biología marca para ser madre. Poder conciliar las dos circunstancias es el conflicto a resolver.
Hay un conjunto de situaciones que perjudican mucho la conciliación entre la vida familiar y la profesional. En primer lugar, nuestro imaginario colectivo procede de un modelo social androcéntrico aunque, afortunadamente fruto de las luchas llevadas a cabo en los últimos años, esta es una cuestión en vías de solución. Cada vez más los hombres asumen funciones domésticas y sociales tradicionalmente consideradas reservadas a la mujeres. Y de este cambio hemos de alegrarnos y mucho. No obstante, el modelo de familia nuclear propio de nuestra sociedad no facilita la viabilidad de la conciliación.
Otro hecho importante a tener en cuenta es la falta, en nuestro país, de políticas sociales dirigidas, no solamente a la ayuda a las familias con bebés y/o hijos en edad escolar, sino también a incentivar e incrementar la natalidad. No en vano en nuestro país tenemos una de las tasas más bajas de Europa. Cuesta encontrar referencias a políticas de fomento de la natalidad en los programas electorales de cualquier partido.
La solución más al alcance para las familias con niños son los abuelos. Basta pasar por delante de la salida de una escuela para ver una gran cantidad de abuelos o abuelas que van a recogerlos. De hecho, en las sociedades rurales, preindustriales e industriales, los abuelos siempre tenían un papel de apoyo y ayuda en su crianza que más tarde se revertía en el cuidado de ellos por parte de los jóvenes. Actualmente, de la misma manera que ha cambiado la sociedad y la estructura familiar, también lo ha hecho el papel de las personas mayores en el cuidado de los niños y en la ocupación del tiempo de las mismas personas mayores. Esta situación es muy compleja y merece un capítulo aparte.
Hasta que nuestra sociedad deje de considerar la natalidad como un reto individual aquello que en realidad es una problemática social, la situación de las mujeres jóvenes, desde el punto de vista del DP, será difícil. Cada vez más, las mujeres posponen el nacimiento del primer hijo, hecho que acorta el tiempo durante el cual puede dar a luz. A pesar de los últimos avances médicos que ayudan a que las mujeres con más edad puedan ser madres, la biología impone sus límites.