Por: Mauricio Chinchilla
Periodista
Colombia, diciembre 2019
Foto: Pixabay
Afirmaba G. Martos Carrera, expresidente de la Academia Peruana de la Lengua, que los hablantes usamos trescientas palabras de media para comunicarnos. En efecto, solo 300 de 283.000. Si aplicamos las matemáticas al lenguaje, podríamos decir que usamos aproximadamente el 0,1% de las posibilidades del idioma. En realidad, la lengua es un océano inalcanzable y nosotros apenas somos la gota de un gotero. Son trescientas las palabras que de media usa una persona normal y corriente, alguien de la calle que con la educación escolar tiene bastante y de sobras. Una persona culta, suponemos que son las que leen los diarios, algunas novelas, revistas especializadas o alguna página en Internet, utiliza cerca de quinientas. Un novelista, digamos una persona dedicada a la literatura que escribe y lee, lee y escribe, utiliza unas tres mil. Cervantes utilizó unas ocho mil palabras, es decir, un 3% del idioma del que es padre. Luego, solo nos queda volver al diccionario y aprender, que es una manera de amar una lengua.
Todas las acciones humanas, desde la articulación al pensamiento, su cultura, sus quehaceres diarios, etc., están entrelazadas y sustentadas en solo veintisiete signos que representan un alfabeto que, a la vez, es capaz de representar sonidos, absolutamente, toda la realidad humana, todo lo que le rodea, todo lo que le convierte en un ser pensante; el único ser que se da cuenta de algo. Lo primero que hacemos ante la realidad desconocida es nombrarla, bautizarla; lo que ignoramos no lo podemos nombrar. Aun así, parafraseamos y asignamos palabras a lo que es nuevo y desconocido. Códigos y argots interfieren en el nuestro lenguaje.
Todo lenguaje empieza como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas o simplemente preguntando, y acaba con la revelación de la palabra en la respuesta. Incluso el silencio nos dice algo, ya que comporta signos que revelan y expresan. Es de esta manera que nos damos cuenta que no podemos huir del lenguaje, siempre estamos comunicando, incluso en estados de inconsciencia estamos atrapados por su poder, por el poder de las palabras que son la cristalización de los pensamientos.
Las palabras para la persona son poderosas porque pueden herir como una flecha o una lanza y si se piensa en la palabra como expresión de acontecimientos y como hechos verídicos se nota más este poder. Sencillamente porque las palabras vienen de personas libres e impredecibles y tienen impreso este potencial impredecibilidad. Para muchos, después de Gutenberg las palabras escritas reposaban pasivamente sobre hojas y páginas, esperando que alguien les diera vida y realidad.
Este código compartido por cada humanidad lingüística es la que posibilita la comunicación. Las palabras no viven fuera de nosotros: nosotros somos su mundo y ellas, el nuestro. Las palabras son un reflejo de nuestros pensamientos y sentimientos. Lo que crea tu vida son tus pensamientos, que pueden ser buenos o malos. Después estos se transforman en palabras y posteriormente en hechos. Martin Heidegger afirma que el hombre habita en las palabras.
La mayoría de las veces no nos damos cuenta de lo que decimos, y aún menos de las consecuencias que se generan a partir de una palabra: herimos, ofendemos o enredamos las cosas solo con lo que decimos o dejamos de decir. Por eso, es importante pensar antes de hablar, pensar antes de responder una pregunta. Y las preguntas más difíciles son las que nos suelen hacer los niños.
Es importante reflexionar sobre lo que decimos, porque a veces con ira se hieren a los seres queridos. Se dice que: «Dios nos ha dado dos orejas y una sola boca; usémoslas, pues, en esta misma proporción», es decir, escuchemos más y hablemos menos.
Al hablar, intentemos construir y no destruir. Uno de los secretos de la comunicación está en preguntar cuando hablamos con otro ser humano. Por eso, siempre se ha de confirmar si los otros están recibiendo el mensaje tal como se transmite. A veces preguntamos: ¿lo has entendido?, y el otro responde: sí, pero con eso no hay bastante; preguntémosle qué ha oído y verifiquemos si es lo que queríamos decir o no, de esta manera hay claridad en la idea que se trasmite.
Antes de emitir un juicio es importante escuchar siempre las dos versiones sobre una determinada situación, dado que casi siempre puede haber dos o más interpretaciones de los hechos que solemos ignorar. Todos los seres humanos interpretamos los hechos de acuerdo con nuestras propias creencias y maneras de ver la vida, ni buenas ni malas. Y, tal vez a menudo hablamos deprisa y no dedicamos tiempo en esclarecer lo que realmente queríamos decir.