Por: Ana M. Ollé
Fundación Hermanos por existir
Rep. Dominicana, enero 2020
Foto: Pixabay
El expresidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, en una ocasión comentó que un error de los gobiernos era buscar el crecimiento económico invirtiendo en capital físico: carreteras, puentes, aeropuertos y otras infraestructuras, e invirtiendo muy poco en capital humano. Explicaba que esta manera de actuar perjudicaba las inversiones a largo plazo y debilitaba la competitividad en un mundo en el cada vez se necesitan más talentos para sostener el crecimiento, la prosperidad y la calidad de vida de los pueblos.
Cada vez se escuchan más voces que demandan otros criterios y remarcan la necesidad y la importancia de invertir en el potencial de las personas, como un proceso que a la larga es más rentable y productivo que invertir solo en infraestructuras. Esta inversión ofrece a los individuos la oportunidad de una dignificación desde el crecimiento y la superación personal.
Hay una metáfora que aporta y aclara esta idea de transformación a partir de las personas. Es la imagen de dos haces de cañas que se apoyan, la una contra la otra, para aguantarse derechas y sostenidas. La presencia y posición de una sostiene a la otra, y si retiramos una la otra se cae.
También podríamos aplicar esta alegoría hinduista a nuestra existencia personal: yo no me he dado el ser a mí mismo, existo gracias a otros. Y lo habitual es que estos «otros» (progenitores-padres o tutores) me cuiden, protejan y apoyen mi crecimiento.
Esta necesidad vital de acompañarnos, sostenernos y sostenerse con los otros, de crecer con…, en definitiva, de cuidar, también se da en otros ámbitos. Un ejemplo: reconocer que nuestros vínculos no son únicamente de sangre, pues por el hecho de existir compartimos la misma eventualidad gratuita con todo lo que existe y, especialmente, con los de mi especie. Entonces se comprende que, por el hecho de existir, todos los seres humanos sintamos como una especie de hermandad; una fraternidad de raíz que nos iguala, nos dignifica y nos identifica como seres humanos. Desde esta perspectiva, si una persona se desmorona o se cae, de alguna manera, algo de los demás se hunde; y de igual modo, si progresa, sentimos que los demás también lo hacen.
Aún sin darnos cuenta, estamos conectados y emparentados, en nuestra raíz más honda y primigenia, por eso es necesario ir despertando, tomar consciencia de este tesoro que nos hermana y une a todos: la existencia. Y es desde este genuino fundamento que sentimos la necesidad de sostenernos los unos con los otros, forjar lazos de apoyo y ayuda, como esos haces de cañas que se mantienen derechos por el sostén de los unos con los otros.
Unos a otros nos aportamos y sostenemos. Ser conscientes de ello nos lleva a ser agradecidos, a celebrar los éxitos y las mejoras de todos los seres humanos, tanto de las mías y de las de mi gente como las del resto de la humanidad.
Desde la evidencia de que es más lo que nos une que lo que nos separa del otro, surge más fácilmente la empatía y, de ahí, la solidaridad, la apertura a nuevas relaciones con personas o grupos diferentes.
Con estas dos ideas: los haces que se apoyan y se sostienen unos a otros, y la pertenencia a una familia extensa universal por el hecho de existir, me surge el agradecer a las personas, instituciones y grupos que han colaborado o siguen aportando al desarrollo del Proyecto Social de La Cuchilla (República Dominicana). Cada uno, a su medida, ha posibilitado y posibilita que se sostenga y siga avanzando esta comunidad. La mantienen de pie pues trabajan e invierten en las personas que están en esa zona rural.
Y cuando finaliza el apoyo de algún grupo sostenedor, otros continúan y aparecen de nuevos que, como nuevos haces de cañas, hacen fuerza para sumar. De este modo la zona de La Cuchilla progresa: se escuchan las risas de los niños, se visten los sueños de los jóvenes, se forjan las personas, se fortalecen los colectivos…
Los donantes son haces de cañas que ayudan a responder a las necesidades buscando la implicación, el crecimiento, la comunicación y esos espacios compartidos que nos hacen más amigos y humanos. Agradecemos la confianza depositada en nuestras capacidades humanas.
Vale la pena invertir en capital humano, es decir, darnos la mano, crecer, aprender, trabajar, sostener, prosperar y alcanzar mejor calidad de vida para todos.