Por: Pere Reixach
Especialista en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Girona, febrero 2020
Foto: Pixabay
Considero la solidaridad no solo necesaria, sino imprescindible para la cohesión social. También creo que proponer la solidaridad, sin hacer mención a la subsidiariedad, promueve una sociedad que tarde o temprano, queda desarmonizada, desequilibrada, donde las entidades más pequeñas quedan absorbidas por la fuerza deshumanizada del poder y la telaraña burocrática que segrega.
Cuando una sociedad quiere andar, con paso firme, hacia el desarrollo integral y armónico, precisa no solo de una pierna (la solidaridad), sino también de la otra pierna (la subsidiariedad). Solo con las dos piernas podrá caminar hacia el auténtico progreso.
Casi todo el mundo entiende que ha de ser solidario con los que tienen menos recursos, sobre todo cuando hablamos de recursos económicos. No es así cuando los débiles son las minorías étnicas, culturales, políticas, económicas, sociales o religiosas. Para proteger estas minorías existe el principio de subsidiariedad.
El concepto básico es que el Estado es para el hombre y no el hombre para el Estado. Así el Estado con todas las administraciones y nivel que se derivan están para ayudar y promover la dignidad de todo ser humano y sus círculos vitales: familia, escuela, mundo laboral, grupos sociales de su entorno inmediato y los intermedios que lo relacionan con el ente político, económico o social superior.
Uno de los ejemplos de subsidiaridad, tal y como define la Enciclopèdia Catalana: «Es mucho más eficaz, por ejemplo, tomar medidas a escala local para intentar solucionar el problema de un centenar de parados que decidir, a las instituciones europeas, qué hay que hacer para que millones de ciudadanos europeos en paro encuentren trabajo», como define la Enciclopèdia Catalana.
Los autores del documento El principi de subsidiarietat a la Unió Europea (Parlament de Catalunya), Enoch Alberti, Enric Fossas y Miquel Àngel Cabellos, dicen que la idea de subsidiariedad es tan antigua como la organización de cualquier grupo humano en que se distribuye el trabajo. Su formulación teórica se puede remontar a Aristóteles (Política), hasta llegar a nuestros días que la encontramos en doctrinas tan dispares como el anarquismo radical (Proudhon), el catolicismo (Encíclica papal Quadragesimo anno, 1931), el liberalismo (Stuart Mill) o el federalismo personalista (Mounier).
No es, pues, extraño que la subsidiariedad se haya asociado a las ideas democráticas de autodeterminación, responsabilidad de los gobernantes, libertad política, división de los poderes o de respecto a las identidades y a la diversidad, pero también a la eficiencia y a la solidaridad (subsidium).
Así la subsidiariedad complementa a la solidaridad porque procura que todos y cada uno de los estamentos o personas objetos de subsidio (ayuda) procuren desarrollar la misma iniciativa para lograr por ellos mismos su autonomía económica y social.
Aun así, pero, casi nadie siente la necesidad de ser subsidiario. De hecho este gran principio reconocido, igual que el de la solidaridad, por la Unión Europea –acogido en el Tratado de Maastrich (1992) y descrito nuevamente en el Tratado de Lisboa (2009)–, lo han situado en las buhardillas del sistema, como si a los grandes artífices de la política les fuese un estorbo. El poder ha perdido de vista que si se les ha otorgado poder, es para servir al ser humano en su dignidad y también a sus entornos sociales vitales, como la familia, las asociaciones, las fundaciones, los sindicatos, las empresas, los grupos religiosos, etc.
Aunque el principio de subsidiariedad está dispuesto en diferentes entramados legales que obligan por ley, esta no contempla la inmensa casuística que fluye de las innumerables relaciones sociales y queda sujeta en el imperio de la ética y la moral.
El año 2012, escribía en el Diari de Girona, sobre la subsidiariedad y decía: «Hay que reafirmar y explicar el principio de subsidiariedad, si queremos tener éxito política, económica, social y culturalmente. Más ahora, tiempo de elecciones, donde los políticos predican una mayor solidaridad y esto está muy bien, pero se olvidan que la solidaridad sin subsidiariedad puede degenerar fácilmente en un asistencialismo crónico, reductor del crecimiento de los pueblos y los individuos».
Desgraciadamente, hoy que las principales fuerzas políticas se mueven por pulsiones y afanes de un Estado omnipresente y dominante, donde unos quieren centralizarlo todo y los otros quieren tragarse la iniciativa privada, sea económica o social, dejando ambos, la sociedad huérfana de subsidiariedad, expreso muy fuerte: Solidaridad sí, ¡Subsidiariedad también!