Por: Josep M. Forcada Casanovas
Àmbit Maria Corral
Barcelona, diciembre 2018
Foto: Pixabay
Tentar la fortuna es un riesgo que puede crear hábito, como el deseo de conseguir el sueño de ser millonario con el mínimo esfuerzo. Probar suerte o tentarla, es un hecho que la mayor parte de los ciudadanos prueban, algunas o muchas veces, en la vida. Pero, el riesgo es especialmente cuando tratamos los juegos de azar. Al fin y al cabo, la palabra azar es una forma poética de expresar el tentar la fortuna sin más esfuerzo que la apuesta rápida y fantasiosa, confiando en un número o en el signo de una baraja de cartas mediante el previo pago de una módica cantidad para poder ser rápidamente millonarios. Es el cuento de la lechera pero aún más sencillo. El riesgo importante del juego es recaer en la repetición del jugador hasta el desenfreno de tentar obsesivamente la suerte.
Una de las cuestiones más complejas sobre el juego de azar es la que se presenta como motivo de altruismo, de manera que, a través de una aportación económica, se puede conseguir un premio y simultáneamente una recompensa moral por haber contribuido a una acción benéfica. A pesar de esta dimensión positiva, puede fomentar una dependencia.
Todo eso y muchas otras cosas, se podrían decir del juego que provoca una perversión ética en las actitudes de quien, temperamentalmente, es un jugador nato que a la larga se convierte en un vicioso del juego y que requiere una cura psiquiátrica de desintoxicación.
El jugador maníaco es un esclavo de su fantasía de riqueza que le obnubila, le quita la libertad y casi siempre sucede que esta «maravillosa» suerte no le agracia y, como respuesta, lo deprime y lo desengaña. Pero, a la vez le estimula a hacer nuevas proezas para apostar. El jugador necesita vencer en la ruleta de la fortuna porque ambiciona y desea con todas sus fuerzas ser otro, es decir, un rico triunfador. ¡Cuántos complejos de inferioridad concurren normalmente en el maníaco del juego! El riesgo, en este caso, solo sirve para soñar y aferrarse a la fortuna de los que vivirán bien, probablemente, en una especie de Olimpo de los gandules.
El jugador se siente desvalido ante la barahúnda de la vida. Necesita refugiarse de sus miedos en la utopía y en el lanzarse en manos de la probabilidad para rehuir ser realmente consecuente con la propia finitud personal, a las circunstancias y a la especial y personal «suerte» que a uno le ha tocado vivir.
La verdadera aventura de la suerte no es otra que la de saberse siempre afortunado en la vida, incluso cuando las cosas no van bien, y saber que siempre existen rendijas de esperanza que se sitúan más allá del propio azar.