Por: Ignasi Batlle
Empresario
Barcelona, abril 2020
Foto: Pixabay
Al pasar por delante de un colegio, siempre recuerdo las mañanas de invierno haciendo fila en el patio de la escuela a primera hora con la bata bien abrochada, preparados para subir a clase e iniciar el día con una plegaria.
Según las tradiciones orientales no todo es materia, y no se puede descuidar lo que el espíritu pide para su crecimiento. Por otro lado, en occidente las sociedades se van desarrollando con el yo y su bienestar como centro. Occidente huye de una espiritualidad que a menudo se vincula con determinadas liturgias religiosas. En ningún caso hay consenso sobre la espiritualidad de las personas, hay quién habla de un sentimiento, un pensamiento o una dimensión del ser humano. Estamos en momentos donde las inquietudes abren nuevos caminos de búsqueda personal.
En palabras del antropólogo Xavier Melloni: «Ser místico significa vivir en estado de apertura, de entender que todo es signo de otra cosa. No nos quedamos con lo primero que vemos, porque todo es transparencia de algo más profundo que se está manifestando». Hay muchos otros autores que han escrito y hablado sobre la esencia de la espiritualidad, y todos ellos convergen en la existencia de una inquietud en el ser, que va más allá de su propia materia.
Siempre he sentido esta inquietud de conocer más allá de aquello que me rodea. En muchos momentos esto me ha acercado a personas con experiencias vitales diferentes. Esto me ha obligado a salir de mi zona de confort. Personas con hábitos y creencias que no estaban alineadas con las mías. Este ejercicio de salir de uno mismo, no está exento de dificultades. Los miedos, las vergüenzas y los límites propios han sido siempre un obstáculo para poder responder con un sí sin matices. En este viaje entre el yo y los otros he descubierto que hay algo más allá de uno mismo. Este hallazgo no es tan solo en un plan material sino en un ámbito más profundo de mi yo.
Tomar conciencia de mi trascendencia ha sido fruto de este viaje interior. Sobre todo me ha ayudado a entrelazar de manera armónica la convivencia entre uno mismo y los otros. Han sido años de aprendizaje y vivencia sin poder ver todavía el final. Me he visto obligado a hacer un ejercicio de entrar y salir de mí mismo, y también de asumir mis realidades cotidianas. Ha sido un viaje que me ha conducido hacia el equilibrio entre aquello que creo que soy y lo que los otros ven de mí. En la mezcla de estas dos visiones encuentro el YO auténtico y personal. Esta identidad única e irrepetible que soy.
La toma de conciencia del YO a través de la trascendencia no es fruto de un solo día, sino fruto de un proceso trabajado. El confinamiento por el COVID-19 es una nueva oportunidad para seguir avanzando en este proceso. La dificultad del momento nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, y convivir con los más próximos. Ahora me aferro a aquello que tengo en lo más profundo de mi interior para poder convivir. La proximidad física me empuja también a una proximidad interior, teniendo un retorno mucho más rápido que en otras circunstancias. El confinamiento actúa como un espejo próximo donde puedo ver lo que soy.
La experiencia de estos días es más parecida al momento del patio de la escuela, donde todos corríamos detrás una pelota, que en la entrada ordenada y silenciosa de la mañana. El espejo de la espiritualidad me da la entereza suficiente para poder vivir anclado en la esperanza, aunque las circunstancias sean contrarias.