Per: Herminia Carbó Reñé
Pedagoga musical
Barcelona, mayo 2020
Foto: Pixabay
El compositor Richard Strauss me invita a reflexionar con una de sus obras, una de las piezas de Música más inquietantes del siglo xx. El momento de la composición fue el 12 de abril del año 1945.
Escribo sobre este tema porque no me ha dejado indiferente al escucharla. Precisamente, no se remueve en mí la emoción de la alegría. Pero, sin lugar a dudas, no sería una fiesta lo que inspiraría a Richard Strauss en este caso.
La inspiración la tomaría del horror que le causó el estado de desolación en el que quedó el mundo civilizado tras la Segunda Guerra Mundial. La novelista, periodista y violinista inglesa Clemency Burton-Hill define dicha obra como «la descripción de la esencia del sufrimiento humano universal».
La tituló Metamorphosen y se la considera como el centro existencial de su capacidad creativa. Nunca quiso dejar apuntes sobre su propia vida, pero en su obra se refleja parte de su conducta. No cabe duda que Metamorphosen es una reflexión en soledad sobre la brevedad de las cosas. La compuso para veintitrés instrumentos de cuerda y concibió esta orquesta como un solo instrumento pese la individualidad de los veintitrés instrumentos agrupados según sus características (violines primeros y segundos, violas, chelos y contrabajos) pero sonando como un solo timbre: es el sonido de la orquesta.
Este título me sugiere que alguna transformación esperaba después del desgarrador estado en que quedó Múnich, su patria chica. La experiencia del Holocausto no le pudo pasar desapercibida. Su sensibilidad de músico la manifiesta en esta composición.
¡Metamorphosen! ¿Quiso que la destrucción se convirtiera en algo superior? La palabra sugiere cambio ascendente ejemplarizado en la mariposa que pasa de huevo, oruga, crisálida hasta ser mariposa. No me atrevo a aseverarlo, pero humildemente pienso que, salvando excepciones, los hombres no siguen este proceso, sigue habiendo muchas muertes en el silencio más profundo, sin bombas, solo la presencia de la muerte que la sinrazón hace evidente. Sigue habiendo mucho dolor.
Escuchar esta obra me conmueve por la descripción que se percibe de una derrota moral que, en cualquier guerra, también la que el Coronavirus ha desatado, nos enmudece al hacerse nuevamente presente. Richard Strauss fue el mejor orquestador de su tiempo. Consigue, a través de una acertada distribución tímbrica, crear una gran belleza. Es la belleza que da la unidad y la plenitud. Esta unidad también se advierte al oír el contrapunto de los siete temas con los que la crea. Siete temas que se persiguen con independencia pero que al sonar conjuntamente son uno: el acorde. Este acorde podrá ser consonante o disonante; tríada, cuatríada…, de séptima, de sensible o de dominante pero siempre, un acorde, un sonido que suena a la vez con todos los demás.
Al ser humano le cuesta aceptar que en la Unidad está el Todo. Le cuesta aprender. Su ambición lo ciega, lo distrae, lo engaña, lo enloquece y, en lugar de utilizar el poder que le otorga la Naturaleza con capacidad para pensar, discernir, sentir, crear… se revuelve contra lo creado y es capaz de destruir la Creación. En mi modesta opinión el Coronavirus nos está hablando a través de la muerte, para conducirnos a hacer cambios esenciales en nuestras costumbres, nos pide respetar a la Naturaleza.
Tenemos muchas herramientas tecnológicas y científicas, podemos fabricar vacunas como ya se hizo en otras ocasiones cuando hemos sido víctimas de otras pandemias. Pero, tal vez no es la forma adecuada para mantener la unidad de la cual habla Richard Strauss, la que pretende un buen orquestador y la que deseaban y desean los compositores depolifonía.
El desarrollo y el progreso no solo traen ventajas. El mundo globalizado en el que vivimos permite que un brote se disemine por un territorio mucho más amplio. La ciencia, en contra, permite actuar y tomar decisiones rápidamente.
Este es el escenario que nos toca vivir y ahora actuar y de todos depende que sepamos aprender de las lecciones del pasado. Se ha de reflexionar sobre qué aprender. Las guerras son destrucción y muerte y las armas se quedan insignificantes por más sofisticadas que sean cuando aparece el minúsculo virus o bacteria capaz de derrotar sin pólvora ni metralleta los más aguerridos y entrenados ejércitos. La pequeña bacteria hace estragos y una simple proteína «virus» también.
¿Sabremos encontrar la unidad que buscaba Richard Strauss?