Por: Ramón Santacana
Profesor de la Universidad Providence
Taiwán, septiembre 2020
Foto: Pixabay
«Lo que hemos vivido es como la tercera guerra mundial[1]»
Valentín Fuster, director médico del Hospital Mount Sinaí de Nueva York
La humanidad está inserta en medio de un Gran Experimento que abarca un gran espectro social. Así como el siglo xx estuvo transido de guerras mundiales, que luego acabó con un final feliz, con una época de prosperidad sin precedentes y con el final de la llamada guerra fría, este siglo ha empezado sufriendo los efectos negativos de la globalización y del «tiempo real» o «distancia cero» que suponen las ya no tan nuevas tecnologías de la información y comunicación.
Empezamos este siglo con el ataque de las Torres Gemelas en el año 2001 que fue sincronizado y en el que jugaron un rol decisivo la diseminación de información desde las páginas web, los correos electrónicos y los incipientes teléfonos móviles. En el año 2008 llegó la crisis financiera mundial, originada en Estados Unidos, y rápidamente se contagiaron los demás centros financieros para pasar a la economía real. En Estados Unidos muchos ahorradores perdieron sus ahorros y muchos empleados sus casas a crédito. En el tercer mundo las exportaciones se congelaron creando olas concéntricas de desempleo. La crisis tuvo su origen en la creación de productos financieros (ingeniería financiera al servicio del fraude) que etiquetaban enormes cantidades de deuda basura como segura. Tanto ahorradores particulares como fondos de inversión internacionales las compraron. Cuando empezó a fallar este sistema de fraude, el contagio en todo el mundo fue inevitable.
Ha pasado una década y vuelve una nueva ola disruptiva, esta vez de tipo biológico. En medio del magma de desinformación, algunos estudios científicos aseguran que el virus es de creación sintética. Ya sabíamos que las grandes potencias están experimentando aplicaciones militares de toda nueva tecnología que emerge. Robótica, control de datos, biotecnologías, etc. Lo más plausible es suponer que uno de los virus creados para experimentación traspasó las barreras de seguridad diseñadas llegando al mundo exterior.
No se libera un virus a menos que se sepa cómo se puede controlar, se trató evidentemente de un accidente. Pero aquí estamos, sufriendo los efectos de la falta de restricciones éticas a la experimentación con nuevas tecnologías. La tecnología sin control ético ni democrático se puede volver un monstruo. Parafraseando el grabado de Goya titulado El sueño de la razón produce monstruos, podríamos decir que la tecnología a ciegas, sin guías éticas que le den un sentido humanista, produce monstruos.
De todos modos, retomando el inicio de este escrito, ahí estamos. En medio de este gran experimento que abarca un gran espectro de aspectos sociales como: el comportamiento de la población, cambio en los usos de internet, la reacción a los confinamientos, al uso de mascarillas, cambios en los hábitos de consumo, el teletrabajo, teleeducación, los hábitos de compras por internet, de comunicaciones entre familias o amigos, etc. Al jugar internet el papel mediador, todo ello está quedando registrado en tiempo real.
También se estudian otros aspectos menos directos como son las estructuras políticas en la gestión de la crisis sanitaria, las implicaciones en la economía, la disrupción en las cadenas de distribución y el trabajo, los cambios financieros, los de las placas tectónicas de la política, las implicaciones geoestratégicas, etc. Se está recogiendo material de investigación para años e incluso décadas. Los conejillos de indias somos nosotros.
Debemos mantener nuestra dignidad de seres humanos y tener presente el límite en nuestra vida. Debemos cultivar la espiritualidad entendida como sensibilidad y conexión con el todo para reforzar los lazos familiares y de amistad, que son el crisol del amor y verdadera red de seguridad en casos extremos. Y debemos conservar o desarrollar el espíritu crítico y actuar en política como ciudadanos responsables, ejerciendo control democrático. Pero por encima de todo ello, siempre mantener y avivar nuestra esperanza. Como diría el nombrado filósofo de la esperanza, Ernst Bloch que presenció ambas guerras del siglo xx, el sentido de la esperanza engloba toda la historia y el futuro de la humanidad.
[1]https://www.xlsemanal.com/personajes/20200802/valentin-fuster-cardiologo-cura-coronavirus-tratamientos-anticoagulantes.html