Por: Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, marzo 2021
La situación actual es tan diversa en circunstancias sociales nuevas o con una forma de presentación diferente a la que estábamos habituados que parece que el hábito de hacerse preguntas se ha convertido más necesario que nunca. Las personas, de manera más o menos explícita, tenemos necesidad de saber, conocer cosas de nuestro entorno, saber cosas de las personas que queremos y sobre nosotros mismos. Esta necesidad de saber está íntimamente ligada a la habilidad de hacerse preguntas o hacer preguntas a los demás. Quizás podríamos encontrar el inicio de la filosofía en esta necesidad de saber sobre el entorno o sobre uno mismo.
Hacer preguntas, cuestionarse cosas tiene mucho que ver con la capacidad de las personas para madurar. De hecho, en la línea del desarrollo normativo, los niños pasan por la etapa que bien se puede llamar del ¿por qué? Sus preguntas motivadas por la necesidad imperiosa de descubrir el mundo que les rodea, ante cualquier hecho que suscite el interés preguntan, no se abstienen de preguntar con insistencia ¿Por qué? Los niños buscan una respuesta a veces demasiado evidente para los adultos lo que pone a prueba su paciencia, la de los adultos, no la de los niños. También puede darse el caso de que la respuesta no sea tan fácil de encontrar o bien no llene las expectativas del preguntador. Con la evolución este hábito se debilita y las preguntas se vuelven a menudo de respuesta difícil o bien de respuesta poco del gusto del insistente interrogador.
Los niños con el paso de tiempo van reduciendo el hábito de hacer preguntas hasta llegar a la adolescencia. Dejar la etapa de la niñez para ir paulatinamente asumiendo el rol propio de la juventud hace que, en este momento, el joven se tenga que formular con habilidad algunas cuestiones importantes para poder progresar en su desarrollo personal y social a la vez que paralelamente va encontrando su lugar en el mundo. Seguramente pueden salir detractores de esta consideración que es personal y puede estar alejada de lo que se pueda considerar desde la ortodoxia de la psicología del desarrollo. Dejar una etapa, la niñez, para ir asumiendo otra, la juventud, hace que en este momento las preguntas deban formularse con habilidad a fin de preservar la finalidad del hábito de preguntarse: progresar en el desarrollo personal y social y paralelamente ir encontrando el lugar en el mundo.
Preguntarnos debería ser un hábito a cultivar durante toda la existencia, en el bien entendido que no todas las preguntas tienen la misma categoría: las hay que tienen una respuesta que es casi imposible de encontrar, podrían llamarse las preguntas del millón. También hay preguntas retóricas que en principio expresan incredulidad o voluntad de enfatizar sobre la cuestión. Las preguntas a las que nos referimos son aquellas que ayudan a encontrar respuestas que orienten la conducta hacia un objetivo previamente determinado y ayuden a la persona a la mejora personal y como ciudadano.
Así pues, se debe cultivar el hábito de preguntar y sobre todo de preguntarse, aunque alguna vez la respuesta pueda conducir a situaciones no esperadas que se deberían poder o saber manejar.