Por: Assumpta Sendra Mestre
Periodista. Directora Ámbito de Investigación y Difusión María Corral
Barcelona, abril 2021
Foto: Creative Commons
Todos conocemos bien el currículum y vida profesional del economista Arcadi Oliveres. Además, en estos últimos días hemos podido leer muchos artículos en la prensa y ver diferentes entrevistas y vídeos publicados en las redes. Desde el 6 de abril, día de su muerte, ha habido una avalancha de artículos de opinión y testimonios de diferentes personas hablando bien de su persona. Un ciudadano implicado en diferentes movimientos sociales, un pacifista comprometido, un defensor de los derechos humanos y de la justicia social, un luchador por el sentido ético… Todo ello desde una capacidad de bien intelectual, de un trabajo intenso incansable por mejorar la sociedad, el país y el mundo y con el gran reto de vivir en dignidad.
Desde siempre he hecho seguimiento del pensamiento y las acciones de Arcadi Oliveres, precisamente por la coherencia en su discurso y la implicación social. Pero, desde finales de enero, cuando le diagnosticaron el cáncer y decidió pasar la etapa final de su vida hasta la muerte en su casa abriendo las puertas y su corazón, aún he sentido más admiración por su testimonio constante.
En esta etapa final ha dado grandes lecciones humanas y muestras de generosidad compartiendo su vida. Siempre ha sido sorprendente escucharlo en cualquier conferencia o discurso presentando los diagnósticos en los que explicaba de forma transparente la realidad del país y del mundo, nombrando estadísticas que hacían temblar. Hablaba del capitalismo, de dinero, de los poderes fácticos, del armamento, de la globalización, de la violencia, el hambre, pobreza… Cuántas veces había dicho que: «La economía debía de estar al servicio de las personas.»
En los últimos días lo escuchabamos decir: «He tenido una vida afortunada y gozosa». Por lo tanto, expresaba sincero agradecimiento a los suyos, a su familia que lo ha acompañado en todo momento y a tantos amigos. Qué declaración tan profunda que da valor y sentido a la vida. Además, ha ido repitiendo: «Estamos obligados a no perder la esperanza. Tenemos la obligación de mantener la esperanza, ya que es el único motor para la acción.» Qué gran consejo a tener en cuenta porque la esperanza es un derecho y deber del que hay que ser conscientes para posibilitar un entorno pacífico portador de bien.
Tuve el privilegio de contar con el doctor Arcadi Oliveres en el tribunal de defensa de mi tesis doctoral sobre el «Tratamiento de la Paz en la prensa escrita. Mediación y acciones a favor de la Paz ante los conflictos a través del análisis de noticias internacionales en La Vanguardia, El País y Avui». Era impresionante escuchar su valoración desde la lucidez crítica ante los conflictos y dificultades para alcanzar la Paz. Él era un pacifista convencido que llamaba a la Paz y no a la guerra. Esta Paz que decía que había que «ejercerla desde las pequeñas acciones».
En el libro recientemente publicado Paraules d’Arcadi. Què hem après del món i com podem actuar se presentan diferentes conceptos que han guiado su posicionamiento. En concreto, resalto el último capítulo titulado Educació. La palanca i el pilar que pot permetre accionar el canvi en el que el autor justifica que este cambio puede modificar «los modos de vivir, de relacionarnos y las prioridades para salvar el planeta». Y hace esta precisión: «Y, por tanto, si se me permite decirlo, así salvarnos y demostrar que no solo somos una especie consumista y destructiva, sino que el pensamiento nos puede llevar a ser más solidarios y tener más conciencia colectiva».
Gracias Arcadi por tu legado, por tu implicación social activa y solidaria, y por tu coherencia de palabras y acciones. Tu testimonio es impulso para luchar por el bien y ser capaces de ir cambiando desde pequeñas acciones que mejoren la sociedad, el país y el mundo. Y como tú decías: «¡sin miedo!».