La prueba de fuego del afecto
Por: Leticia Soberón Mainero
Psicóloga y doctora en comunicación
Septiembre 2021
Foto: Assumpta Sendra
Si nos ponemos a mirar a fondo, muchísimos de los conflictos interpersonales se originan en la disconformidad que se siente ante las decisiones de los otros.
Es sabido que cuando las personas se aceptan mutuamente como son, sus relaciones son más serenas y gratificantes. Pues recordemos que un elemento clave de esta aceptación es asumir que cada persona toma decisiones propias, y esas decisiones pueden no gustarnos o, incluso, parecernos riesgosas y contraindicadas.
¿Qué se suele hacer cuando alguien a quien amamos decide algo que no nos gusta? No en una relación padres-hijos, en la que hay un deber de orientación hacia los menores. Aquí hablamos de adultos: amigos, compañeros, pareja, hermanos, parientes… Personas vinculadas entre sí que toman decisiones a veces incomprensibles para los más cercanos. ¿Cuál es la reacción más habitual? El forcejeo de palabras, más o menos intenso dependiendo del tipo de relación con el otro, intentado que haga lo que nosotros pensamos que sería deseable. La otra persona se defiende, claro está. Uno contraataca en muchas formas, intentando un cambio en el otro. Este se enroca aún más.
El desencanto es hondo cuando las personas a las que amamos deciden cosas que no nos gustan, que no entendemos y que pueden a nuestro entender perjudicarles o alejarles de nosotros.
Estos forcejeos verbales suelen tener escaso efecto en los que han tomado una decisión, y sí es frecuente que generen distancia con los otros. «¡Se lo he dicho mil veces y no me hace caso! Ahora ya no me cuenta nada.» Natural: la otra persona sabe que no será posible compartir sus opciones actuales con alguien que no las acepta.
Aquí viene el momento de la verdad ante nosotros mismos: ¿Realmente estamos aceptando a la otra persona como es, o la queremos «a nuestro modo», la amamos en la medida que la hemos «domesticado» y hecho a nuestra imagen y semejanza?
La prueba de fuego del auténtico afecto y amistad consiste en aceptar a los demás con su propia libertad en ejercicio. E incluso más: el amor es más grande y generoso cuanto más impulsa que los otros sean libres, tomen decisiones y ejerzan su capacidad de optar. Sabiendo incluso que a veces los márgenes de libertad de las personas no son muy amplios; se decide desde la pasión, el enamoramiento, el temor, el rechazo… Todos estos son elementos que de algún modo entran en las decisiones y nos parece que reducen el grado de libertad de una decisión. Pero aún en esos casos, hay un ámbito en que la persona está asumiendo su destino. Ese ámbito merece respeto.
Esto no impide, por supuesto, que nosotros podamos expresar nuestro parecer, incluso que invitemos a la otra persona a modificar su decisión. Si vemos que se trata de algo muy negativo, llamarle con fuerza a alejarse de un riesgo o acción destructiva. Pero si condicionamos nuestro afecto a que las personas sean como queremos y hagan lo que preferimos, en realidad estaremos amando nuestras propias ideas, no a los seres humanos reales, de carne y hueso que tenemos delante. Las personas son quienes son, están vivas, evolucionan y deciden. ¡Y qué difícil es, a veces, aceptar este hecho!
Amar de verdad puede implicar a veces el heroísmo de seguir amando cuando los otros no se pliegan a nuestros patrones de comportamiento ideales. Seguir ofreciendo cariño, a veces en la distancia, si la persona ha decidido alejarse.
Y si vuelve… ¡qué alegría recobrarla! Seguro que regresa porque ha visto que no le retiramos el afecto por el hecho de que optó por algo que no nos gustaba. Posiblemente la relación será más serena, más auténtica, porque se ha superado la prueba de fuego del afecto: aceptar al otro con sus opciones libres.