El lenguaje de las manos
Por: Míriam Díez Bosch
Profesora de la Facultat de Comunicació
i Relacions Internacionals Blanquerna
Octubre 2021
Foto: Assumpció Rodà
Los italianos lo bordan: las manos hablan y ellos se expresan así continuamente. Con el tiempo se aprende que no solo hablan, las manos, sino que tenemos una para ayudarnos a nosotros mismos y otra para colaborar con los demás. Lo expresó Audrey Hepburn, mujer de belleza y manos delicadas de alto voltaje. Hay personas manitas, otros con manos de hada. Muchos, torpes. Los que nos fijamos de entrada en las manos de nuestros interlocutores encontramos muchas pistas de comportamiento, más allá de las miradas o las palabras, que pueden ser más comedidas. Las manos son caprichosas y van a la suya, y denotan mucho más que lo que conscientemente querrían. Las manos son extensiones elocuentes de la personalidad. Las manos como espías, las manos como confidentes. Las manos sirven para tocar, básicamente, agarrarse, pero también para aguantar, acariciar, manipular.
En Rebelión en la granja, George Orwell define las manos como la característica que distingue la humanidad. La mano, que no es solo una pezuña animal, es la herramienta con la que cometemos más aciertos y más desastres. No es una casualidad que llamamos manipuladores quienes juegan con las personas. Usan las manos, también, para ubicar sus intereses. Manipular no es necesariamente negativo, de hecho, equivale a operar con las manos, a trabajar con las manos. Pero a menudo también es intervenir distorsionando la realidad a favor de intereses particulares, y mezclar y confundir. Mostrar las manos mientras se habla genera confianza, mientras que esconderlas en los bolsillos o detrás pueden inducir a recelo. La cinesiología se dedica, al lenguaje no verbal, y las manos tienen un papel destacado. Si bien los ojos y la boca se llevan la mayoría de poemas y canciones, las manos no se quedan cortas. Los Beatles (I want to hold your hand), Nick Cave (Red right hand), Alanis Morissette (Hand in pocket), Crowded House (Left hand) y las incombustibles canciones de campamento Mans, mans, mans a les mans. Icónicamente no podemos obviar la Capilla Sixtina en el Vaticano con la creación de Adán por parte de Dios, o la imagen de la película del extraterrestre ET y las inefables manos. También vemos manos en las joyas, como la mano de Fátima que llevan tantas personas colgadas en el cuello o tatuadas en la piel.
Vicente Aleixandre escribió un poema, Las manos, donde habla de «tú mano, transparente, tangible, atravesada por la luz». En el lenguaje corriente nos pasan la mano por la cara, tiramos la piedra y escondemos la mano, nos ponemos las manos en la cabeza y tal vez pondríamos las manos al fuego por alguien de los que conseguiríamos contar con los dedos de una sola mano. Los más generosos tienen la mano agujereada y los más frescos se lavan las manos ante los problemas. Las manos pueden estar encajadas, bien enlazadas o concentradas en el terreno de juego. Y naturalmente, unidas, orando. O con la palma hacia abajo, pidiendo calma o demostrando autoridad.
Asistimos a la proliferación de quirománticos leyendo la palma de la mano. Nos fijamos en las manos envejecidas que revelan la edad. Son ellas, las manos trabajadas, que confiesan qué vida llevamos, cuánta lejía han manipulado, cuántos anillos han acumulado o cuantos masajes han recibido. Manos levantadas demostrando interés, manos en la masa, manos que se disculpan, manos que se juntan y aplauden. Juegos de manos. Manos que cogen papeles, manos que los desgarran, manos que aprietan pelotas antiestrés, manos que preparan la comida, manos que hablan, manos que teclean currículos esperando nuevas oportunidades, manos que escriben sentencias, manos que firman acuerdos, manos que abren puertas. Gente que ofrece una mano siempre que puede. Manos que hojean este diario, también. Amantes que se cogen encarnizadamente como un imán las manos. La palabra amantes ya lleva el mismo nombre las manos, también. Enfermos que se agarran a las manos de los enfermeros. Bebés que nos retienen inconscientemente las manos. Y las manos que ahora no nos damos suficiente, por precaución social, que tiene en las manos un inmenso obstáculo. Cuánta inextricable vida recogida, a las manos. Y cuánta responsabilidad para la convivencia: las manos acortan sin anestesia la distancia, pero también son las más exquisitas defensoras. Las manos facilitan, pero las manos obturan. De la franca encajada al temible bloqueo va un solo e imperceptible gesto.