Josep M. Forcada Casanovas
Enero 2022
Foto: Pixabay
La pandemia de la Covid-19, muchos la han vivido bastante mal debido a tener que estar recluidos en casa, privaciones de libertad, situaciones forzadas, rotura de hábitos sociales, restricciones de visitas familiares o de amigos, muertes en soledad, miedo a contagiarse la enfermedad… Es evidente que esta situación a muchos les debilita la entereza moral y física, y por encima de todo se pierde la felicidad y el bienestar. ¿Quién no desea ser feliz?
Esta situación de la pandemia es comparable a un hecho suficientemente estudiado cuando por ejemplo se valoran las consecuencias de las guerras, especialmente las de los perdedores. La Covid-19 no es una guerra, pero sí provoca unos planteamientos emocionales bastante parecidos a las guerras, por una parte, el miedo a la muerte y, por otra parte, las consecuencias que se manifiestan en el dolor psicológico durante y después. El perdedor sufre la muerte de familiares y amigos a causa de la violencia psicológica del vencedor para someter al enemigo. Militarmente lo hace la infantería que es la que debe contener el vencido ante la catástrofe, la ruina y de los efectos morales y los anímicos de una muchedumbre de personas que pierden la esperanza de futuro. Se rompe el bienestar, las costumbres, la vida familiar, las prácticas culturales, las religiosas, las asociativas…
Es fácil entender el destrozo moral que causaron las bombas en Hiroshima y Nagasaki, o cualquier guerra por menor que sea, pero en todas estas luchas siempre hay un sector de personas que apenas se enteran porque no han tenido que apretarse el cinturón o porque tienen resuelto el futuro. En la pandemia el enemigo es un virus que ha hecho cambiar los conceptos de bienestar y de bien ser que han llevado a una introspección intensa que ha hecho cambiar el concepto de vida. Se produce un egoísmo propio de la supervivencia, algunos Dios les ha decepcionado preguntándose «¿por qué lo ha permitido?», otros están indignados porque se les ha bloqueado la libertad, otros porque malviven la situación familiar, otros porque no tienen futuro económico, etc. Se debilitan las fuerzas para salir de este callejón sin salida. Algunos piensan que la solución es acudir al psicólogo o al profesional experto en resolver conflictos emocionales. Otros recuperan la confianza familiar y otros, incluso, optan por el suicidio. Es realmente una situación psicológica dolorosa. Hoy muchos científicos especialistas en neurociencias hablan de que ese dolor radica en las mismas zonas del cerebro que el dolor físico. ¡Qué misterio tan grande el sufrimiento y tantos tipos que los hay!
¿Por qué hablamos de sufrimiento social? Porque se da en un grupo numeroso o en unas entidades humanas que tienen unas ideas o unos pensamientos sobre la vida y les iguala en el dolor. Muchos lo sufren de una manera casi insensible, como ocurre en el dolor físico, otros se encuentran psíquicamente doloridos. Se desconoce bastante el dolor propio de la mente humana, pensemos que, en situaciones graves, incluso, debe tratarse de forma psiquiátrica. Seguro que este dolor, al ser colectivo, merece un tratamiento especial. No olvidemos que el dolor siempre avisa cuando algo no va bien, pero realmente el dolor psíquico, en estas circunstancias colectivas difíciles, también avisa y no se puede ignorar.
El sufrimiento psíquico, especialmente el emocional, produce una desestructuración de la personalidad que se presenta normalmente en los grupos humanos socialmente más débiles tanto física como mentalmente. Se presenta en forma de una soledad extraña en la que desaparece la capacidad de resiliencia y merman las ganas de superar las incertidumbres, todo aquello de lo que uno es capaz para vivir y sobrevivir a los contratiempos difíciles de superar. La desesperanza y el desengaño anulan la capacidad de recuperar el gozo de vivir.
Nuestro mundo no está preparado para entender estos paros sociales y para poder luchar y salir vencedores. Podemos decir que quizás tampoco nuestra sociedad está preparada para resolver una situación de pandemia. Hay que hacer entender que no debe perderse la dignidad y la fortaleza ante los contratiempos, ya que tienen unas consecuencias inesperadas que abarcan lo más profundo del ser humano. Tal vez sea una asignatura pendiente en nuestra sociedad. Quizás nos falten elementos para entender a fondo la dignidad humana ante las adversidades colectivas.