Anna-Bel Carbonell Rios
Educadora
Foto: Pixabay
Setiembre 2022
Una vez oí a una maestra que refiriéndose a un niño decía que era «más feliz que un anís». Nunca había oído aquella expresión y me hizo pensar en la simplicidad, en la espontaneidad, en su genuina despreocupación, en la pequeñez y los momentos dulces en los que viven los niños si se sienten queridos y seguros.
La felicidad no se vive por igual en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y transforma, y siempre permanece en la certeza personal. Como adultos tendemos a cuestionarnos, a intentar definir conceptos que a menudo son abstractos y difícilmente delimitables. La vida no es una línea recta, ni siquiera un círculo perfectamente redondo y cerrado. La vida es una serie de curvas, vueltas, caminos que a veces nos hacen avanzar y otras echar atrás y, en consecuencia, podemos decir que no existe manual de la felicidad dado que esta no es cuantificable ni medible ni se puede predeterminar. La felicidad como término y meta de la humanidad es un abstracto difícilmente descriptible, un sentimiento, una plenitud de vida que cada persona descubre desde su ser.
La felicidad nace en nuestro interior, aunque nos empeñamos en caer en el error de buscarla en el éxito profesional, en la familia perfecta, en bienes materiales, en el reconocimiento de los demás, etc. El modelo social de felicidad es la máscara que a menudo utilizamos de cara al exterior, la que nos ‘impone’ la sociedad del momento y que reproducimos miméticamente, pero que si nos lo cuestionamos, a menudo encontraremos vacío de valores, de contenido y, a la vez, lleno de emociones que nos hacen sentir bien aparentemente pero no de verdad.
La felicidad es un estado de ánimo que afecta a nuestro ser, nuestra forma de ser y de encarar la vida. La felicidad no es estática, sino dinámica, crece contigo y con tus experiencias, en cómo las vives y cómo las compartes, porque es un dinamismo que te hace estar con los demás, que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana.
La felicidad es amar desde lo que somos, la transparencia de corazón, la coherencia personal, la nobleza en la actitud, la proximidad en el hacer… y surge cuando ejercemos nuestra libertad sin herir la felicidad del otro porque reconocemos y buscamos su bien.
La felicidad no se vende ni se compra en ninguna tienda, se busca y se cultiva desde la honestidad, desde el no hacer lo que no queremos, desde la verdad, desde la alegría, el sentido de la vida, desde la aceptación de quiénes somos y cómo somos que a veces conlleva alejarnos de la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Cada uno tiene su propia definición de felicidad que nace del corazón, de la serenidad de espíritu, del saber que la vida es un paso y otro que no haces solo sino con los demás, con los más cercanos y con el resto de la humanidad. Como dice la escritora Flavia Company en la novela Haru: «cada día es una vida entera» y cada día despertamos buscando sentirnos bien.
Quien de verdad está tranquilo consigo mismo siente ese bienestar interior que podemos llamar de muchas maneras. Podríamos decir que hay tantas definiciones de felicidad como personas o, expresado de otro modo, solo existe una felicidad, aquella que cada uno de nosotros reconoce como tal.