Joan Romans i Siqués
Físico
Fecha: 10 de octubre de 2022
Foto: Pixabay
Hace ya unas semanas que hemos terminado el verano y reanudado los trabajos habituales de trabajo, estudios y otras ocupaciones que se interrumpieron durante las vacaciones.
¿Con qué ánimo hemos afrontado la nueva temporada?
Rutina: ha sido solamente una parada temporal y todo seguirá más o menos igual que antes del verano.
Ilusión: quizás habrá que emprender nuevas actividades que requerirán un renovado entusiasmo que nos permita llevarlas adelante.
Miedo: tener que revivir las dificultades ya conocidas y quizás algunas nuevas que vamos intuyendo.
O bien las tres juntas, rutina, ilusión y miedo, que probablemente sea lo que más suele ocurrir.
Seamos realistas, una interrupción de unas semanas no suele cambiar mucho el día a día, a menos que haya circunstancias especiales –que también pueden ocurrir a lo largo de todo el año– y que nos obliguen a ello.
También es habitual decir que el verano es un tiempo de descanso, de reanudar fuerzas, de realizar nuevas actividades, descubrimientos de la naturaleza y viajes que normalmente no se pueden hacer durante el resto del año. Disponer de más tiempo para estar con la familia, amigos, disfrutar de la lectura, etc. Y sí, es así si sabemos aprovecharlo. Todo esto es cierto y todos esperamos con ganas la llegada del verano o las vacaciones de Navidad y Semana Santa.
Sin embargo, convendría pensar bien y saber elegir o buscar cuáles son los momentos o las formas de descanso regulares que más nos convienen para ‘rehacernos’ de la actividad diaria y no tener que esperar o depender de determinados días o semanas durante el año. Todos sabemos que es bueno ‘desconectar’ y nos gusta ‘olvidarnos’ por unos días de la actividad de cada día.
También es habitual –y bueno– que con ocasión de la llegada del año nuevo o del inicio de curso nos hagamos renovados propósitos a fin de mejorar cualquier faceta de nuestra vida o dotarla de nuevos contenidos o alicientes. Después, con el tiempo a menudo se diluyen y posiblemente los retomamos en el siguiente cambio de año o curso.
Sin negar ni rechazar la conveniencia de paros de vez en cuando, ni de hacer o buscar ocasionalmente nuevas propuestas para nuestra vida, quizás deberíamos tener la habilidad de saber integrar en el mismo día a día toda la gama de facetas que componen nuestra existencia: deseos de mejorar profesionalmente, vivir más profundamente las relaciones personales, saber disfrutar de la belleza que pueda darnos la vida, ganas de enmendar todo lo que no va bien, sentir que vivimos cada vez con más plenitud buscando el bien y la felicidad propia y la de los demás y buscar el descanso necesario y reparador para no tener que esperar al fin de semana o las vacaciones que nunca acaban de llegar.
La vida, como sabemos, es una serie de momentos muy diversos que afectan en bien y en mal y con distinto grado a toda nuestra existencia y que, además, la definen. La madurez y la sabiduría nos deben llevar a saber integrar todo este poliedro de facetas diferentes que envuelven nuestro yo más interior, sabiendo que siempre están presentes a pesar de que vivamos con más intensidad determinados hechos, vivencias o sentimientos según el momento y las circunstancias. Los acontecimientos presentes y los pasados son nuestra vida y nunca dejarán de serlo y también lo son las proyecciones de futuro que vamos elaborando. Somos una unidad de cuerpo y pensamiento, de pasado, de presente y de futuro. Y no es posible vivir tan solo un aspecto o parte de nuestra existencia. Somos un todo inseparable.