Pere Reixach
Especializado en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Foto: Pixabay
Fecha de publicación: 21 de marzo de 2023
El magnífico reportaje de la periodista Laura Teixidor publicado en el Diari de Girona el 14 de enero de este año, con los titulares «El diagnóstico de las depresiones se duplica desde la pandemia» y «Expertos alertan de que la incertidumbre continuada que se ha generado por la Covid y la crisis actual está repercutiendo en todas las franjas de edad de la población y lamentan la falta de psicólogos», no puede dejar indiferente a nadie, porque a todos nos toca, más o menos, vivir momentos de angustia y ansiedad que si bien, no son las depresiones que abren la puerta del posible suicidio, sí son los estados mentales que abren las puertas a la depresión.
A la pandemia, se suman los efectos cada vez más devastadores de la crisis climática y la crisis energética por la guerra de Ucrania; el miedo a perder los puestos de trabajo debido a la inestabilidad económica; la irrupción de la robótica fornida por la Inteligencia Artificial (IA); la carencia de líderes que sepan gestionar sus responsabilidades con resiliencia, empatía, con visión sistémica, adaptabilidad, transparencia, trabajo colaborativo e intuición, que generen confianza.
Se tiene la sensación de que vivimos en la era del caos. Pasamos de un estado líquido a uno gaseoso, mucho más intangible, disperso y desconocido. Por decirlo claro: «Hemos perdido el norte». Navegamos sin brújula y estamos desorientados.
Ciertamente, para la asistencia y cuidado de las enfermedades mentales precisamos de psiquiatras y psicólogos en número suficiente. Parece que el Gobierno catalán sí que ha apostado por reforzar la salud mental. ¡Buena cosa! Sin embargo, así como la salud del cuerpo necesita respirar un aire no contaminado, la salud mental también necesita el aire de la información y conocimientos, rigurosos y veraces que no contaminen la mente y nos orienten.
En este sentido es necesario aplaudir la oportunidad de la revista Valors (número 210, enero 23) que ha publicado un monográfico sobre el tema: «¿Estamos desorientados?», en la que da voz a filósofos, periodistas, licenciados en Ciencias de la Educación, sociólogos, politólogos y pedagogos.
Ofrezco una pequeña muestra de citas y pensamientos que reflejan el estado de desorientación en el que nos encontramos, tanto individual como socialmente. El filósofo de moda, Byung-Chul Han, apunta que en la sociedad actual «la información ya no tiene estabilidad temporal porque vive constantemente del atractivo de la sorpresa y eso hace imposible detenernos en las noticias y nos provoca inquietud».
Por otra parte, la eclosión de Internet, tan buena como es para la difusión de conocimiento también puede desorientar, tanto por el exceso de información que no siempre presupone un mejor conocimiento como por falta de intermediarios que den rigor y profesionalidad en la información. Es el caso de la información en la carta que corre el peligro de los fake news. El periodista Marc Amorós quiere prevenirnos también de las ‘egonoticias’. Así que seleccionamos periódicos, revistas y noticias que estén de acuerdo con nuestros pensamientos y la visión de la realidad que tenemos. Así nos auto-adoctrinamos constantemente.
Otro hecho que distorsiona la información y quizás también los conocimientos son los llamados influencers, sin regulación administrativa ni códigos deontológicos.
A fin de no ser objeto de las manipulaciones de los medios de comunicación, es bueno adquirir prensa de proximidad (Km 0), donde redactores y colaboradores son conocidos y fácilmente identificados. La periodista y doctora en Comunicación Digital, Susana Pérez Soler, dice que: «La desorientación se combate con prudencia y pensamiento crítico».
Sin embargo, me permito aconsejar la experiencia de los clásicos, en boca del filósofo griego Aristóteles (384 aC-322 aC) que dice: «El verdadero aire que nutre la mente se sustenta en cuatro pilares: La dimensión intelectual, que aspira a la verdad. La dimensión estética, que aspira a la belleza. La dimensión moral, que aspira a la bondad. La dimensión espiritual, que aspira a la unidad». Estoy convencido de que estas cuatro dimensiones de la experiencia humana, aire puro para la mente, revierten en la excelencia personal y social de nuestro trabajo y nuestras relaciones.