Leticia Soberón Mainero
Psicóloga y doctora en comunicación
Foto: geralt de Pixabay
Fecha de publicación: 17 de junio de 2024
Los buscadores ‘inteligentes’ que se adelantan a nuestras búsquedas proponiéndonos lo que repetidamente hemos buscado en otros momentos. Los coches ‘inteligentes’ que aparcan e incluso conducen sin que toquemos el volante. Los edificios ‘inteligentes’ que gradúan la temperatura y la luz según una serie de variables. Las interfaces de voz que interactúan de modo cada vez más similar al humano, como Siri o Alexa, ya generaban zozobra.
Porque tanta llamada ‘inteligencia’ puede hacernos sentir, como humanos, más tontos, más lentos, más ineptos… Y la eficiencia de las máquinas se convierte en la pesadilla distópica de los robots dominando a los humanos. Una vieja historia que sigue asustando. Tenemos el ChatGPT y otras aplicaciones, con su extraordinaria potencia para recomponer los miles de millones de datos que recaban, en forma de textos articuladísimos, imágenes sorprendentes, presentaciones en diapositivas, fotografías, música… ¡Ponen en cuestión las capacidades humanas de creación en múltiples formas!
En la era de la inteligencia artificial… ¿dónde quedan las personas y sus vínculos?
¿Estamos rodeados y destinados a ser simples ejecutores de lo que las máquinas ‘decidan’?
Ante esa realidad tengo más preguntas que respuestas, pero propongo estos elementos para abordar esta nueva situación:
1. Para ello empezaría por desechar dos pseudo-problemas:
a. De si será para bien o para mal. Toda creación humana es ambivalente y depende de quién la use. Depende de nosotros. Todo se juega en el corazón humano y sus opciones éticas.
b. La inexistente contradicción entre natural y artificial. En el ser humano es natural crear instrumentos y modificar el ambiente. No hay nada más naturalmente humano que un ordenador (lo hicimos nosotros), ni menos humano que un cerebro, pues no es creación nuestra. Nosotros creamos ‘mundo’ desde el instante en que fuimos humanos.
2. Señalaría dos características de la inteligencia humana:
a. Está arraigada en el cuerpo. No nos equivoquemos: el cerebro es mucho más complejo que el ordenador, incluso el que se basa en redes neuronales. ¿Por qué? Porque el sistema nervioso humano está inextricablemente unido a un cuerpo irrepetible y único. La inteligencia humana es ‘sentiente’, es experiencial. Está relacionada con la biología del cuerpo: su digestión, su respiración, su metabolismo… Y con sus emociones, deseos, impulsos, su memoria celular. Es consciente de sí. ‘Sabe que sabe’.
b. Es social.Todo ser humano requiere una relación estrecha con otras personas, sin las cuales el individuo no sobrevive. Y aunque sobreviva, no desarrolla la inteligencia. Todos sabemos que el lenguaje y el pensamiento están hondamente unidos y son resultado de una sociedad. Y el lenguaje es relacional. Todo en el ser humano es relacional. Nos configuramos como un ‘yo’ delante de un ‘tú’. La inteligencia humana, los procesadores inteligentes, incluso esos que aprenden, no aprenden por relación, sino por acumulación de datos.
3. Más humanos
Cuanto más avanza nuestra creatividad haciendo cosas que se parecen a nosotros, más nos obligamos a encontrar nuestra propia identidad y profundizar en lo que es irremediablemente nuestro: la identidad-responsabilidad individual, los vínculos que nos constituyen como personas y nos sostienen, y la capacidad de hacer opciones éticas. Una de las grandes incomodidades de la condición humana, aparte de asumir los propios límites, es la de asumir las consecuencias de nuestros actos. La salida fácil es ‘delegar en otros’ o en las cosas, la responsabilidad de lo que sucede. No fui yo. Fue el algoritmo. Fue el ChatGPT. Fue el misil inteligente. Qué a gusto pueden quedarse muchas personas escapando a sus responsabilidades. Pero no podemos hacerlo así.
Cuanto más sofisticamos las extensiones de nuestras capacidades —y la IA es una potente extensión de nuestra capacidad de análisis— más necesario es arraigarnos en lo vitalmente humano: el conocimiento de uno mismo con humildad y alegría, la experiencia personal de relación, el diálogo y el discernimiento, la capacidad de discernir de modo personal lo que consideramos bueno… ¡y realizarlo!
4. Mis propuestas
Más contemplación (tiempo en silencio para construirnos como personas y abrirnos a lo sobrenatural), más aprendizaje colaborativo, dialogado y contrastado, más pensamiento crítico ante lo que nos proponen los muchos medios que recibimos. Y colectivamente, de modo urgente, unas leyes que eviten la depredación de los débiles, y el predominio aparente de las máquinas o los algoritmos, detrás de las cuales, claro está, hay personas con cotas cada vez más grandes de poder.