Javier Bustamante Enríquez
Poeta mexicano
Fotografía: Javier Bustamante
Fecha de publicación: 21 de octubre de 2024
Después de una página en blanco o de cortesía, aparece repetida, de manera más sobria, la información de la portada del libro. Luego de esta página, alguna con una serie de datos como los derechos de autor, editorial, fechas de edición, impresión, reimpresión… De nuevo, quizás otra con el título y el autor, alguna más con dedicatorias y citas. Hasta llegar al índice general: esa página o páginas que desglosan, a manera de titulares, el contenido del libro repartido en secciones o capítulos y que señalan las páginas donde podemos encontrarlos.
El índice, como su nombre lo dice, indica. Señala dónde encontraremos determinado contenido. Es una hoja de ruta, marca un itinerario a seguir. El índice general es el que anuncia un recorrido, por así decirlo, cronológico. Es decir, el que irá apareciendo si seguimos una lógica lineal o temporal en sentido sucesivo. Un contenido tras otro, tal como el autor o autora sugiere que vayamos recorriendo para llegar a la conclusión que ha encontrado o al desenlace final con el que quiere sorprendernos.
No quiere decir que es el orden en que ha sido escrita la obra. En su gestación, muchos capítulos se escriben en un orden muy diferente al que finalmente son entregados a las personas lectoras. Incluso, puede no ser el ideal para todos, cada quien tenemos diversas maneras de acercarnos a la realidad y apropiarnos de ella para comprenderla.
Sin embargo, por cuestiones prácticas y estéticas, el libro cobra una forma final que pretende ser la que cautive o atraiga más, según la mirada de su autor y editores. Aquí es como cualquier obra de arte, el creador tiene la última palabra y es quien estampa la firma de autoría.
De manera complementaria y alternativa, hay libros que ofrecen al final otros índices, quizás más atractivos o para almas más curiosas. Son índices que nos ayudan a encontrar determinados nombres claves de personas, temáticas, lugares… dependiendo de la naturaleza de la obra.
Estos índices nos ofrecen, también, recorridos alternativos. Sí, maneras de circular por el libro no necesariamente cronológicas o que nos conduzcan a las conclusiones finales a las que llegó el autor o autora. Pueden ser, si nos aventuramos, ángulos de vista diferentes, perspectivas nuevas dentro del paisaje de palabras que tenemos ante los ojos.
La palabra índice también nos lleva al vocablo indicios. Los índices, pues, son o habrían de ser indicios de por dónde circular. Esto me recuerda a un amigo historiador que, conforme va leyendo, elabora sus propios índices. En las páginas en blanco que encuentra al principio o al final, apunta los temas de su interés y señala la página o páginas donde se encuentran. Esto da indicios que será un libro para seguirse consultando o trabajando, un documento vivo que será revisitado cuando se requiera, sabiendo dónde encontrar aquellos hallazgos que interesan.
De nuevo, este índice particular y a medida de mi amigo, me lleva a otro tipo de índices. Y es que, los libros tendrían que dejar páginas en blanco solo para que los lectores pudieran elaborar sus propios índices. Así como márgenes más amplios para aquellas notas o comentarios que el texto va sugiriendo. Esto da mucha más vida al libro y más ‘margen’ de diálogo con él.
Pues quería comentar que hace años tuve entre manos un libro antiguo que se custodia en un archivo oficial. Se trata del primer priorologio del monasterio de Sant Jeroni de la Murtra. Es decir, un libro que va relatando los principales acontecimientos durante el mandato de cada prior. En el caso de la Murtra, cada tres años cambiaba de prior o de coordinador de la comunidad, y este libro relata qué se hizo durante ese periodo de tiempo.
Pues este libro manuscrito por Fray Francesc Talet en el siglo XVII, ofrece al final un índice temático muy interesante. Por cierto, solo contiene este índice. No hay un índice que señale en qué página comienza cada prior. Y, por su naturaleza, la cronología es parte sustancial de la obra y nos la vamos encontrando conforme giramos los folios.
Este índice único es un documento abierto, ya que encontramos las letras del alfabeto (se trata de un índice alfabético) y a continuación muchas líneas en blanco entre una letra y la siguiente. Se intuye que cuando lo creó fue rellenando de contenido cada letra –hay letras con muchas más entradas–, pero dejó suficiente espacio en blanco para que él u otras personas fueran enriqueciéndolo conforme encontraran más aspectos importantes que iniciaran con dicha letra.
Es así como, conforme avanzamos en este índice, encontramos no solo la caligrafía de Fray Talet, sino letras de distintas manos. Monjes que siguieron enriqueciendo el índice. Y no solo el índice, ya que todos los aspectos que reseña el índice los encontramos señalados en una nota al margen cuando acudimos a la página que hace referencia. Son notas, en el caso de este libro, escritas por otros monjes diferentes del autor. Muestra de ser un documento varias veces releído.
Invito a quien haya leído esta reflexión en torno a los índices a que, aunque sea solo una vez en su vida, cree su propio índice a partir de la lectura de un libro. Una manera puede ser la del monje jerónimo Talet: colocando el abecedario y, como si cada letra fuera un cajón, ir metiendo en ella los temas o palabras del propio interés. Otra, como el índice de mi amigo historiador, conforme vayan apareciendo los temas ir enlistándolos y colocando la página donde se encuentran.
O la mejor: la que cada quien vaya encontrando como propia. Y en ella el único límite es la imaginación. Atrevámonos a recorrer los libros como nos plazca, anotemos sobre ellos, dibujemos, que queden rastros de café, de la hoja de nuestro árbol favorito que ha servido como punto de lectura. Dialoguemos con ellos, aunque tengamos la sensación de estar escribiendo un monólogo. Dejemos que el libro nos dé vida dándole vida nosotros también.