Mauricio Chinchilla
Periodista
Foto: geralt (Pixabay)
Fecha de publicación: 13 de enero de 2025
«Tanta urgencia tenemos para hacer cosas, que olvidemos lo único importante, vivir.»
Robert Louis Stevenson
Ante la prisa, calma, más que lentitud. «Poco a poco y buena letra», dice un refrán catalán. Las horas del día son las que son, veinticuatro. El uso del tiempo es básico, muy importante a la hora de vivir una vida ‘normal’, de repartir las actividades vitales. Ora et labora, proponía Benito de Nursia. En una sociedad laica podríamos decir: practica la soledad y el silencio, y trabaja, por ti, por los demás. En la vorágine diaria, escasamente dedicamos tiempo a estar con nosotros mismos. El problema de las prisas, como decía el británico Chesterton, es que al final nos hacen perder mucho tiempo.
Las responsabilidades laborales no deben estar por encima de las responsabilidades familiares. Si, vivimos, porque queremos, la cultura de la hiperceleridad. Se exigen resultados a un plazo cortísimo y cada vez más rápido. Pero, ¿vivir así nos hace más felices? ¿Dónde está el placer de la espera? ¿Qué sentido tiene correr tanto cuando no sabemos hacia dónde queremos ir?
El hombre urbano ha caído desgraciadamente en la hiperactividad sin tregua, en la sobrecarga de compromisos y actividades, y aún peor, a los niños también se les programa el día, el tiempo, la vida: después del horario lectivo, refuerzo, piscina, idiomas, música, un largo etcétera. Y después tal profesión, tal otra, y después tal trabajo o tal otro. La sociedad del derroche está enferma de éxito, ¿y quién nos ha enseñado a afrontar el fracaso, la frustración? El periodista José María Romera afirma que la agitación que impera en nuestro tiempo deja poco espacio a la reflexión y al sosiego. Esperar es casi un acto heroico cuando la conducta más frecuente ante el rechazo o el fracaso es el abandono nada más empezar. Solo en la medida en que nos reconciliamos con la duración propia de cada cosa podremos obtener su máximo beneficio.
Según qué estilo de vida se lleve puede pasar factura. Un alto porcentaje de ciudadanos, sobre todo el de las grandes urbes, sufren estrés, la llamada enfermedad del siglo XXI y una de las principales causas de baja laboral. Para combatir el estrés es necesario aprender a regular las emociones y ser muy conscientes de la percepción propia, subjetiva de la realidad. Centrarme más en el ’ser’ que en el ‘tener’, tal y como manifestaba el humanista Erick Fromm.
La sociedad ‘occidental’ nos ha hecho creer que ser es tener, que es indispensable adquirir muchas cosas para ser, como si el individuo que no posee nada no fuera nadie. Y aunque hay que tener cosas para subsistir, no es lo que da sentido a la vida, como el ser.
Tener parece un concepto relativamente sencillo, pero ser constituye una forma muy complicada y difícil. «Debemos permitirnos descansar, darnos espacio para recuperarnos. En este proceso es fundamental trabajar la capacidad de estar conscientes en el momento presente, evitando la preocupación, la hipótesis negativa que desencadena el estrés», así lo afirma Andrés Martin, autor del libro Con rumbo propio, un libro para reducir el estrés. Una obra que invita a reflexionar sobre la vida y cómo vivirla con mayor plenitud, que anima a marcar este camino que nos permita recuperar el equilibrio personal y la soberanía.
Y más aún: preguntémonos cuántas veces hemos hecho ejercicio el último año, cuántas hemos salido al campo, cuántas excursiones hemos hecho. ¿Hemos contemplado el paisaje desde lo alto de una montaña, el río desde sus orillas o el mar desde la playa? ¿Cuánto tiempo hemos dedicado a hablar con nuestros mayores, con nuestros niños, con nuestros amigos?
El sufrimiento es la experiencia humana por definición, «inherente a la vida». Y se amplifica más cuando uno se niega a aceptar que forma parte de las reglas de juego del mundo en el que vivimos. Nacer, enfermar, envejecer y morir son etapas propias de la vida, es necesario aprender a aceptarlas, así como aceptarnos tal como somos, reconociendo virtudes, pero también defectos. Evitar toda forma de extremismo o conceptos como el pecado y la culpa también puede ser útil para aliviar el estrés.
Qué maravilla poder decir en voz alta que somos limitados: esto significa que estamos vivos. Qué peso, es decir, cuánto estrés nos quitaríamos de encima si pudiéramos afirmar como el escritor griego Nikos Kazantzakis: «Las grandes leyes de la naturaleza son: no corras, no seas impaciente y confía en el ritmo eterno».