Leticia Soberón
Doctora en comunicación
Foto: geralt(Pixabay)
Fecha de publicación: 15 de septiembre de 2025
¿Qué sería de nosotros sin las risas que nos provocan los buenos humoristas?
Tanto caricaturistas como dramaturgos, columnistas, actores cómicos, monologuistas, mimos, payasos, influencers del humor, retratan las situaciones cotidianas en que nos vemos reflejados… y ridiculizados en nuestras posibles pretensiones de grandeza, de superioridad, de predominio.
Si somos humildes para aceptar estos espejos más o menos deformados, nos facilitan la maravilla de reírnos, sin acritud, de nosotros mismos y con quienes nos rodean, convertidos en personajes o arquetipos que tantas veces encarnamos en la vida diaria.
En la cotidianidad, el humor es un recurso imprescindible de lo que se pueda denominar una ‘vida buena’, un vivir digno de este nombre. Nos recuerda que todos somos limitados, que nadie está instalado en la perfección. Cuando alguien se toma a sí mismo demasiado seriamente, recibiendo con susceptibilidad y disgusto cualquier broma crítica, resulta doblemente ridículo.
El humorismo habitual nos permite soportar las dificultades de la vida, quitando un dramatismo tantas veces excesivo que hace la vida pesada y casi angustiosa. Acoger nuestra limitación y aprender a navegar en cierta dosis de incerteza, relativizando nuestros problemas, nos ayuda a vivirlo todo con más serenidad.
El tipo de humor que hace reír una población está completamente ligado a su cultura, a sus claves de lectura de la realidad, a su lengua y a los valores compartidos que son considerados superiores. Por eso es difícil que los humoristas verbales sean traducibles a otros contextos. En cambio, los mudos y los gráficos pueden llegar a ser más universales, aunque siempre es necesario conocer el contexto para poder entender la paradoja o sorpresa que todo chiste comporta.
El humor, las bromas, las risotadas no suponen sacar importancia a las cosas ni a las personas; no implican ir por la vida ignorante frívolamente la trascendencia de nuestras acciones. Por el contrario, el buen humorismo emerge de tomarse muy de verdad la vida, las propias responsabilidades, el sufrimiento propio y de los otros.
Tomarse la vida de verdad es necesario para que el humor sea sano, liberador, relajante.
Pongo varios ejemplos de generaciones diferentes que, según mi opinión, siguen estos criterios. Uno de ellos, enormemente universal, ha sido Charlie Chaplin, mostrando las injusticias de su época y a la vez arrancando sonrisas a los espectadores. El Gordo y el Flaco (Oli y Stan) son otro ejemplo mudo de humor que atravesó fronteras. Otro ejemplo, dentro del mundo de la viñeta, es Mafalda. Quino consigue confrontarnos una y otra vez con las contradicciones de las familias y la sociedad ‘buenista’ –en muchos casos hipócritas–, pero lo hace sin acritud, rescatando aquello de humano y personal que hay en cada cual, y con el arte que uno no se defienda, sino que el mensaje cale a través de la risa.
Entre la última generación se puede citar @nachter en las redes sociales, que parodia él solo todos los componentes de una familia y nos hace de espejo divertido en la convivencia.
El humor que hiere
Hay, está claro, tipos de humor menos benévolos con uno mismo y con los otros.
La ironía presenta una paradoja para dejar claro defectos o errores de alguien; si se hace de manera fría y sobre todo, dejando mal la persona ante sí misma y ante los otros, puede ser muy hiriente. Por eso una condición básica de toda amistad consiste precisamente en ‘no ironizar’.
El sarcasmo va un paso más allá; es más descarnado y duro a fin de mostrar una opinión negativa sobre alguien, ridiculizándolo sin piedad. Esta herramienta afilada suele aplicarse ante los gobernantes, como defensa de una población ante quien mueve los hilos del poder. La sátira es un género literario que va en esta línea, y de la cual hay egregios ejemplos en la historia; es una forma de escritura que precisamente caricaturiza a alguien, usualmente los poderosos, para enfrentarlos con sus contradicciones ante la sociedad.
Pero en el mundo interpersonal, el sarcasmo y la sátira hacen las relaciones ásperas y las desgastan en poco tiempo.
El humorismo benévolo es un bálsamo para la convivencia, ayuda a resituar nuestro egocentrismo, nos recuerda que no somos dioses. Que el alcance de nuestra acción y soluciones será, en el mejor de los casos, pequeño. El humor nos ayuda a emprender la vida y las acciones con energía y esperanza, incluso con alegría, y siempre con los pies en el suelo, sin alimentar vanas ilusiones que nos harían, a la postre, sufrir duras caídas.
Artículo publicado en la revista RE, edición en catalán, nº 120, octubre de 2024