Por: Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, marzo 2019
Foto: Pixabay
Últimamente la palabra maltrato está muy presente en todo tipo de prensa. Algunas veces por motivaciones políticas y otras por sociales, en ambos casos las víctimas acostumbran a ser mujeres. Pero en realidad hay diversos colectivos que también sufren abusos, los agresores se aprovechan de las personas débiles. Aparte de las mujeres hay dos colectivos más que son objeto de malos tratos: los niños y las personas mayores. De los dos parece que el más desprotegido es el de las personas mayores, casi seguro porque se trata de un fenómeno relativamente reciente. En la antigüedad no muy lejana, los abuelos tenían una consideración social que ahora no tienen. Respeto a los niños, si están escolarizados, la escuela es el lugar donde se pueden detectar las lesiones, aparte de los servicios sanitarios y sociales.
De manera general se puede considerar que hay diferentes tipologías de maltratos: físicos, psíquicos y, en el caso de las personas mayores, también los económicos. Estos tres tipos parecen los más comúnmente aceptados. Los primeros dejan señales en el cuerpo y son fácilmente detectables, pero los psíquicos requieren más atención para poderlos ver y hacer la consiguiente intervención. Igualmente pasa con los económicos.
Los maltratos físicos son los más evidentes y, por lo tanto, los más fáciles de detectar por los profesionales encargados. Las heridas producidas son visibles, tal como apuntábamos antes. Los psicológicos son ya más difíciles de detectar y tienen un amplio abanico que puede ir desde tratar a los abuelos como si fueran niños, no tener en cuenta sus opiniones, faltar al respecto o simplemente ignorarlos, no visitarlos u olvidando las fechas significativas para ellos, entre otros. Los maltratadores acostumbran a ser los hijos o los cuidadores. De todas formas, los maltratos no solo los infligen los familiares o las personas que cuidan a los abuelos, socialmente también se producen. Sirva como ejemplo lo que resulta demasiado frecuente en el transporte público, no ceder el asiento a una persona mayor es no reconocer su realidad.
En tiempo de la crisis las personas mayores han constituido, en algunos sectores sociales, el pilar donde la parte joven de la familia se ha podido apoyar. Los abuelos, con una entrada económica asegurada, la pensión de jubilación y, en muchos casos, con un piso de propiedad conseguido con mucho esfuerzo, se sienten forzados a olvidar sus prioridades para dedicar sus recursos económicos a ayudar a hijos y/o nietos. Algunos de ellos, desaprensivos, han cronificado y exprimido al máximo la situación dejando a los padres en una situación económica precaria o incluso impidiendo que estos, los padres, puedan disponer libremente de su dinero. Así queda justificada la inclusión de este tipo de comportamiento como maltrato, ya que hay una lesión importante de los derechos de las personas mayores.
Los maltratos a los ancianos son una realidad tristemente silenciada. La vulnerabilidad de las víctimas y el hecho que generalmente las agresiones se producen básicamente en el ámbito familiar son circunstancias que favorecen esta ocultación. Además, si las víctimas están en condiciones de denunciar a los servicios sociales su situación, se retractan temiendo que la intervención de los profesionales provoque represalias de los maltratadores.
Todo ello lleva a la situación de preguntarse qué factores se han conjurado hoy para que se produzcan estas situaciones de maltrato a los ancianos. Nuestra sociedad tiene un envejecimiento progresivo y sostenido que lleva a un sobre envejecimiento y un consiguiente incremento de las personas dependientes. Se pueden añadir factores sociales y familiares. Entre los familiares podemos citar la transformación de la familia extensa, donde convivían diversas generaciones en un mismo espacio, hacia una familia nuclear formada por la pareja y los hijos, si los hay. Por otra parte, la necesidad creada o real de que todos los miembros de la familia han de abandonar el hogar para salir a trabajar lleva a la soledad a las personas mayores. Si a todo eso añadimos la poca consideración social de la vejez se nos presenta un panorama no muy halagador en cuanto a los maltratos a las personas mayores.
No quiero acabar sin mencionar que, según dicen las pocas estadísticas de las cuales se dispone, las mujeres y las personas mayores son las víctimas más vulnerables.
Ante esta situación cada uno de nosotros tenemos el deber de ayudar a detectar y denunciar a las autoridades competentes todos aquellos hechos que puedan constituir un atentado a los derechos de las persones mayores.