Por Rodrigo Prieto
Doctor (c) en Psicología Social
Barcelona, España. mayo 2008
Foto: P. Metivier
Por muchos motivos, los 18 años son una etapa paradójica: por los cuerpos desarrollados en mentes inmaduras; por los derechos ciudadanos y la sobreprotección familiar; por las decisiones de futuro ante un futuro más incierto cada vez.
Los dieciochoañeros (también llamados ‘postadolescentes’ por la psicología evolutiva) de la Barcelona de hoy nacieron entre 1986 y 1992, o sea, en democracia y auge económico, disfrutando de la movida liberal postfranquista, con sus madres instaladas en el mundo laboral remunerado, con la expansión de Internet y la telefonía móvil; en sus casas siempre ha habido televisión, reproductor de vídeo, teléfono fijo y móvil al cabo de unos años, al igual que las adictivas consolas. Si no en casa, los ordenadores con Internet ya estaban en sus escuelas cuando tuvieron habilidades para manejarlos.
Los postadolescentes de hoy no se acuerdan de la caída del muro de Berlín ni de los Olimpíadas de Barcelona en el 1992, porque eran demasiado pequeños. Cuando rondaban la decena, vieron en directo la caída de las torres gemelas, aunque sin entender lo que eso significaba. Durante la mitad de su educación formal compartieron aulas con niños y adolescentes de otras latitudes, adoptados o inmigrados, y desde muy pequeños pudieron salir del país, no por exilio sino por diversión.
Los chicos y chicas que hoy tienen entre 16 y 22 años no han vivido ninguna crisis, no han pasado ni hambre, ni frío, ni represión, ni autoritarismo. Sin duda con algunas diferencias, pero en general han tenido todo lo que han querido. Aunque pudieran sentirse cultural o familiarmente católicos, los dieciochoañeros de hoy no han vivido con culpa su sexualidad, incluso les parece curioso que aún algunos se planteen llegar vírgenes al matrimonio.
¿Estudiar o trabajar?
Al acabar la educación secundaria los jóvenes deben tomar –quizá- la primera decisión importante de su vida: ¿estudiar o trabajar?, ¿qué?, ¿dónde? Difícil pregunta en la que se juntan sus sueños, habilidades y expectativas de futuro y las de sus familias, mezcladas con un mercado laboral inestable y las presiones sociales del consumo, las apariencias y el reconocimiento. A los 17 años, ¿quién está preparado para valorar concienzudamente estas variables y tomar una buena decisión?, ¿qué trascendencia se espera que ésta tenga en sus vidas?, ¿acaso podrán dedicar su vida a lo que decidan?, ¿acaso la realidad laboral actual ofrece esa estabilidad?, ¿acaso hay plazas de trabajo motivantes para todos y todas?
Emancipados en casa de los padres
Terminada la educación obligatoria y reconocido su derecho a la autodeterminación, no es raro que los padres esperen que sus hijos se independicen; sin embargo, esto no siempre ocurre; de hecho, en la Barcelona de 2008, muchos siguen viviendo con sus padres hasta más allá de los 30. Sin duda, el precarizado mercado laboral y el hiper-inflado mercado inmobiliario tienen mucha responsabilidad al respecto, y tal y como están las cosas, parece que tendrá que pasar mucha agua bajo los puentes, antes de que estas condiciones cambien.
¿Valores?
Si la encrucijada principal de quienes tienen 18 años es tomar decisiones sobre su futuro, y éste, es incierto y cambiante, no es raro que opten por vivir al día, no proyectarse y escuchar su deseo. Después de todo, es cómo han sido educados, ¿no?: “todo lo que desees se te concederá”.
Poco les ha tocado sufrir –¡bien por ellos!- pero eso mismo les ha hecho menos resistentes a la frustración. Acostumbrados a “estar bien”, tienen poca tolerancia a las dificultades, se deprimen o estresan con facilidad y no saben cómo gestionarlo.
Pero ciertamente no todo se les puede criticar. La rebeldía y conciencia social propia de su edad les sigue motivando para luchar por la igualdad, la justicia y la libertad, aunque lejos, eso sí, de los desacreditados y políticos partidos. Hoy lo hacen a través de creativas manifestaciones convocadas a través de Internet o sms. Se apuntan como voluntarios en ongs de cooperación internacional y les encanta hacer “turismo social”, sobre todo en sus primeros años de universidad.
Hijos de la liberación femenina, los postadolescentes de hoy son menos machistas que sus progenitores. Aunque no se la plantean, entienden la maternidad/paternidad como una responsabilidad compartida. Y ¡ni hablar de violencia de género!, pues ya están más que sensibilizados después de media vida viendo sus efectos en la pantalla.
Pero como consecuencia del tiempo que les ha tocado vivir, probablemente el valor que más les caracteriza es el de la flexibilidad, la capacidad de adaptarse a escenarios cambiantes, de buscar –incluso- el cambio (de ciudad, de trabajo, de estudios, de pareja, de amigos, hasta de móvil y de mp4). ¿Bueno o malo?, depende -como siempre- de cada persona y situación. En cualquier caso, herramienta indispensable en nuestros días, la de ser, como a ellos les toca, viajeros sin mapa…o de uno que cambia permanentemente.