Por Rodrigo Prieto
Máster en Psicología Social
Barcelona, noviembre 2008
Foto: R. Prieto
Hace sólo unos meses cientos de deportistas demostraron en Beijing las increíbles hazañas de que es capaz el cuerpo humano: destreza, habilidad, fuerza, velocidad y coordinación, son sólo algunos de los valores que de ello se desprenden. Por otro lado la moda también ha contribuido a imponernos como canon de belleza modelos de delgadez que rayan en la anorexia o perfecciones ficticias basadas en kilos de maquillaje o prolijos retoques de photoshop. En el extremo opuesto, la opulencia y el estrés del estilo de vida de una parte del llamado “primer mundo” está aumentando cada vez más una obesidad mórbida hija de la fast & thrash food, comida rápida y basura. El factor común de todos estos casos es el cuerpo humano. Un cuerpo que –de una u otra manera- siempre ha reflejado el espíritu de quienes lo viven.
Muchos de estos aspectos fueron abordados por diferentes expertos, en la cena-coloquio “Tener conciencia del propio cuerpo”, organizada por el Ámbito de Investigación y Difusión María Corral. A continuación presentamos una reseña de algunas de las principales ideas expresadas en dicho encuentro.
El escultor, Jorge Díez, afirmó que en la representación del cuerpo humano que hace el arte contemporáneo, ”hay una presencia abrumadora del dolor y la violencia”, como ocurre en la obra de Marina Abramovic, David Nebreda o Cindy Sherman, entre otros. Este tipo de trabajos –precisó- le lleva a cuestionarse sobre el propósito que persiguen muchas obras a través de la provocación, si un desinteresado despertar de las conciencias o sencillamente la búsqueda de la fama y la notoriedad.
Por su parte, el médico y presidente del Ámbito María Corral, Josep María Forcada, afirmó que el cuerpo tiene una belleza que va más allá de la piel, de su forma o estética, la cual radica en su capacidad de comunicarse y encontrarse con los demás. Precisó que afortunadamente las personas de hoy ya no tienen miedo del cuerpo, como en el pasado; al contrario, señaló que estamos “entrando en una época de revaloración de todo lo sensitivo”, lo cual constituye una oportunidad para que la comprensión del ser humano sea más completa y así, sentirnos cada vez más cómodos y felices en y con él.
Desde otra perspectiva, el antropólogo Josep Martí Pérez aportó una comprensión del cuerpo atravesada por la cultura, pues –afirmó- es a través de ella como “pensamos, vemos y construimos nuestro cuerpo”; de ahí, que las personas seamos seres “bioculturales.” El experto explicó que en dicho proceso intervienen tanto los “imperativos culturales”, como la noción de “capital cultural”. Los imperativos culturales son aquellas manifestaciones culturales tan arraigadas que incluso parece que fuesen “naturales”, por tanto, imprescindibles, como por ejemplo la necesidad que tenemos de ocultar la desnudez. El capital corporal, a su vez, son todas aquellas características del cuerpo valoradas como positivas en un determinado momento y lugar y que suelen estar relacionadas con la belleza y la salud. Martí señaló que en determinadas situaciones estos imperativos y capitales pueden generar conductas o valoraciones altamente conflictivas, como por ejemplo, en el imperativo cultural de la mutilación genital o la permanente insatisfacción con el propio cuerpo, porque no se ajusta a los cánones de belleza imperantes. Para el experto, la clave para no caer en la trampa es tener conciencia del carácter cultural, por tanto arbitrario y cambiante, de dichas normas y valores sociales; así como también de los intereses –económicos, religiosos o políticos- en los que éstos se sustentan.
A su vez, la profesora de Filosofía de la Universidad de Barcelona, Begoña Román, sostuvo que para tener conciencia del propio cuerpo, debemos tender hacia visiones más unificadoras del mismo, es decir, ni rechazarlo ni endiosarlo. Explicó que el rechazo del cuerpo que caracteriza a occidente se debe a la influencia de los pitagóricos y los platónicos griegos para quienes “el cuerpo era la tumba del alma”, creencia que se mantuvo durante toda la Edad Media y se extendió hasta el siglo XVII. No obstante, señaló que en todo este período hubo diferentes voces que apuntaban en otra dirección, como la de Epicureo, que ya en el siglo V (a.C.) propuso el reconocimiento del cuerpo no sólo como un bien propio, sino como parte constituyente del yo. Por esta razón es que se le considera el fundador del hedonismo. En la misma lógica, en el siglo XX, Merleau Ponty, afirmó “yo no tengo un cuerpo, soy cuerpo”.
La académica sostuvo que “el problema que tenemos con el cuerpo es que no aceptamos la edad”. Precisó que tenemos una percepción (mental, consciente) del paso del tiempo diferente a la del tiempo, en la cual parece que no envejeciéramos, lo cual no nos ayuda a aceptar que el cuerpo envejece y cambia. Esta diferencia perceptiva –sostiene- puede “generar relaciones muy patológicas con nosotros mismos”, negando una dimensión importante de nuestro ser. Para evitar ese riesgo, la experta sostiene –a través de la psicóloga alemana Alice Millar- que “el cuerpo no miente”, y es más, que nos delata, nos recuerda que somos mortales, “imperfectos y magníficamente mortales”, porque –sostiene Román- eso le da valor a la vida y a su dimensión temporal.
Ya lo dijo Oscar Wilde en su clásico “Retrato de Dorian Gray”: el cuerpo es el espejo del alma y cómo tal, refleja la intensidad o vacuidad de la propia experiencia, la forma en que pensamos y vivimos aquello que nos toca o que elegimos. Sea como sea, vale la pena poner atención en lo que el cuerpo nos dice –personal y socialmente- y aprender de ello nuevas lecciones que nos ayuden a hacer de nuestra vida un tiempo y un lugar más habitable e íntegro.