Por Caterine Galaz
Doctora (c) en Filosofia de la educación.
Barcelona (España), junio 2008
Foto: M. Alemany
En diferentes puntos del globo, se escuchan voces abogando por la situación ambiental del planeta, desde la lucha por la conservación del Amazonas hasta las protestas en diferentes países por el incumplimiento del Protocolo de Kioto que reduce la emisión de gases tóxicos por parte de las grandes industrias. El deterioro de la situación de nuestro ecosistema afecta directamente a la calidad de la vida y a la salud de todas las personas, pero además plantea serias dudas respecto de qué tipo de sociedad estamos construyendo y cual es futuro que deseamos para el mundo, en particular, si aceptamos las formas vigentes de progreso socioeconómico que se alejan de una efectiva sostenibilidad del entorno.
Por ello, a través de los años, se han promovido diversas actuaciones gubernamentales a nivel local, regional o supranacional para intentar resolver algunas contingencias ambientales. Si bien los mayores agentes contaminantes son las grandes industrias de los países centrales, la situación también afecta cotidianamente al ambiente local, y de ahí, que se haga hincapié, en forma paralela, en la promoción de una cierta “corresponsabilidad social” que implique el cuidado del medio ambiente en armonía con el desarrollo humano.
Una de las herramientas que ha permitido una mayor sensibilización en a este ámbito, ha sido la “Educación Ambiental” (EA). Ésta se entiende como un proceso de formación que puede darse en cualquier momento de la vida, basada en datos científicos y en el conocimiento popular local, que busca el desarrollo de actitudes, opiniones y creencias que promuevan actuaciones más sostenibles y responsables con el entorno. De esta manera, se intenta promover que las personas lleven a cabo sus actividades rutinarias de manera que minimicen el impacto ambiental, que protejan y preserven los sistemas que dan soporte a la vida en el planeta.
La “educación ambiental” ha ido ganando terreno a través de los años ya que posibilita un trabajo individual y colectivo en la búsqueda de soluciones a las problemáticas locales, pero a la vez, se basa en la crítica de los comportamientos y acciones de los propios países en su progreso socioeconómico.
Este tipo de educación posee cuatro fundamentos. Por un lado, el sostén ecológico, que promueve el conocimiento complejo del funcionamiento del sistema terrestre ya que hasta ahora parte del desarrollo económico vulneraba directamente muchas de las normas con las que se mueve. En un segundo nivel se encuentra la “concienciación” para hacer evidente que las acciones individuales y grupales pueden afectar la calidad de la vida y la condición general del ambiente. Asimismo, este tipo de formación promueve la investigación y la evaluación de los problemas para tener actuaciones responsables. Y finalmente, la educación ambiental está orientada a la “acción”, es decir, que la formación busca promover la generación de habilidades necesarias para participar activamente en la solución de los problemas ambientes actuales, en la prevención de situaciones análogas en el futuro, y en acciones críticas transformadoras respecto de las condiciones que no favorecen la sostenibilidad del planeta.
La educación ambiental tiene sus orígenes afines de los años 60, desde que se muestra un mayor nivel de preocupación a nivel mundial por las condiciones del medio ambiente. Fue en el año 1972 cuando se comienza a difundir cierta necesidad de desarrollar una educación respecto del cuidado del medioambiente, como factor directamente relacionado con las posibilidades de desarrollo de los países. Paralelamente, se comienzan a transmitir – y en forma progresiva- a través de los medios de comunicación los diversos efectos que la acción humana tiene en el entorno material, aunque no se plantea directamente un cambio radical en los estilos de desarrollo de cada país. Tres años más tarde, en Yugoslavia, se argumentó la necesidad de promover una educación que considerara al medioambiente en su totalidad (lo natural y la producción humana).
De este encuentro emergió un documento llamado “Carta de Belgrado” en la que se destaca la necesidad de enriquecer el concepto de “desarrollo”. Por ello, agrega que la educación ambiental “es una herramienta que contribuye a la formación de una nueva ética universal que reconozca las relaciones de la persona con la naturaleza” aunque también se requieran en forma paralela “transformaciones en las políticas nacionales dirigidas hacia una repartición equitativa de las reservas mundiales y la satisfacción de las necesidades de todos los países”.
Vemos que la educación ambiental ha pasado por diversas fases a través de su historia. Desde ser considerada sólo en términos ecológicos a llegar a verla como una acción integral del binomio “sociedad y naturaleza”, considerando además una fuerte crítica al sistema económico vigente por los estilos de desarrollo que promueve y que terminan afectando aún más la crisis ambiental.
Teniendo en cuenta la actual situación mundial en torno al avance de los agentes contaminantes y las consecuencias directas en el calentamiento global, “la educación ambiental” parece ser, cada vez más, imprescindible. Pero no puede ser tomada como una simple acción ecológica, neutra y no política. Todo lo contrario. Es crítica ante los factores estructurales que promueven la contaminación, pero además, activa porque promueve la participación directa y comunitaria en los ambientes locales y a nivel general. En otras palabras, implica a la responsabilidad personal, pero además, la denuncia expresa de las actuaciones sociales que poseen un escaso respeto por las condiciones ambientales mundiales.