Por Caterine Galaz
Doctora (c) en Filosofia de la educación
Barcelona, España. Julio 2008
Foto: A. Guerra
La caída de la fecundidad, el retraso en la formalización de parejas, el incremento de divorcios y del establecimiento de otras relaciones, el aumento de las adopciones, la trasnacionalidad y las nuevas formas de convivencia interpersonales, son cambios que han hecho variar el rumbo del tradicional concepto de “familia”. Se podría decir que la hegemonía del “hogar tradicional” ha sido eclipsada por la diversidad de los modelos actuales.
Las “familias” son fenómenos universales con materialización diversa según los diferentes grupos humanos, por tanto, sus modelos varían histórica y culturalmente. Actualmente, estamos en una sociedad llamada del “cambio” y las familias occidentales como institución social no son una excepción.
La prolongación de la vida, los progresos tecnológicos y el avance del neoliberalismo engendra una nueva conformación social y plantea modificaciones en los vínculos próximos, los sentidos y los valores vigentes. Las personas generan formas diversas de vinculación familiar: monoparentales, multiparentales, con hijos e hijas de distinta parejas, bajo responsabilidad de otros adultos, etc. Esta pluralidad resulta evidente en la cotidianidad y cada día es algo considerado como “común”.
Touraine señala que actualmente existe una “familia incierta”, producto de los procesos de desinstitucionalización por los que ha cruzado en su historia. Sin embargo, más que apuntar a un debate de carácter ontológico respecto del significado de lo que es “la familia”, resulta más relevante analizar los cambios que se producen en las formas éticas y los valores que se transmiten en estos núcleos básicos de proximidad.
Algunos autores consideran que la gran diversidad existente en torno a las familias, más que hacerla naufragar como institución básica de las comunidades, lo que provocará será que las familias se vuelvan más “dialógicas” ya que, será, cada vez más necesario encontrar acuerdos comunes para compartir cotidianamente. Aunque tampoco se puede desconocer que esta pluralidad de opciones que da la actual sociedad puede provocar una cierta desorientación normativa que también les afecta. Y es que si las estructuras sociales que condicionan a esta institución básica cambian constantemente y están influidas por un cierto “pensamiento único” también termina afectando a la transmisión ética dentro de estos ámbitos próximos.
Pese a estos cambios, las familias siguen siendo las estructuras de acogida básicas para una buena inserción de los individuos en la sociedad. Son las primeras escuelas, en las que no sólo se asegura la supervivencia sino que también se orientan aspectos básicos para la persona como la afectividad, la autonomía, el uso de la libertad, la solidaridad, y los sistemas de valores personales. Sin embargo, el actual marco socioeconómico también genera que muchas de las funciones que este grupo social debiera proveer no pueda ser cumplido a cabalidad ya sea por la escasez de tiempo, las condiciones socioeconómicas precarias de muchas familias, la falta de conciliación familiar y laboral, la delegación de responsabilidades a entidades como la escuela, etc. Pero además se evidencia también una tensión entre las normas éticas que muchas familias pretenden dar a sus hijos e hijas y el choque abrupto con las provenientes de un marco social competitivo e individualista, donde los ideales se pueden ver en una simple revista de moda: permanecer jóvenes, hermosos, libres para hacer lo que a uno le apetezca, etc.
Ante ello es bueno tomar conciencia de la importancia que siguen teniendo estas estructuras de acogida –en cualquiera de sus formas- para transmitir criterios éticos más solidarios y de respeto hacia los otros, sin que por esto se vea como una pérdida para el valor individual. Tenga los formatos que tenga, es allí donde los futuros ciudadanos y ciudadanas aprenderán a manejarse con seguridad emocional, a aceptar los límites y las posibilidades de cada persona, a respetarse y a respetar a los demás; en definitiva, a convivir.
Como señala un proverbio chino, las familias son “las raíces y las alas” de las personas, porque es en este núcleo donde se toma conciencia de la historia y se crece para volar. Ahora en el actual marco social, cabría preguntarse, ¿cómo podemos fabricar esas raíces y esas alas?