Por Natàlia Plá Vidal
Doctora en Filosofía
Salamanca, enero 2008
Foto: J. Jurcic
No doy crédito a lo que primero oigo y luego escucho.
Un anuncio publicitario radiofónico promociona una escuela que prepara deportistas de élite. Se dirige a aquellos padres que, según dicen, no quieran repetir los errores que cometieron con ellos, para añadir como colofón, que esta escuela es la solución para los padres que aspiren a que sus hijos «les retiren».
Me hace recordar episodios puntuales que hemos conocido a través de los noticieros, en que algún joven actor denunciaba a sus progenitores por el modo como manejaban sus finanzas y su vida. Y yéndome un poco más lejos, rememoro una noticia convulsiva en que un niño solicitaba «divorciarse» de sus padres.
He oído decir a varias personas que se han sometido a los procedimientos legales para acceder a la paternidad de adopción que una parte de la formación recibida debería ser obligatoria para cualquier tipo de paternidad, también para la biológica. Y es que la capacitación para ser padre o madre no puede reducirse ni a un proceso biológico ni a uno legal. Las razones para la paternidad deben ser cribadas a fondo, y eso se forja a través de la formación humana que se da a cada persona desde que es un niño.
Potestad y utilidad
Porque lo que está en el fondo de esto que comentamos, y que puede ser algo más que una anécdota, es un modelo de relación humana basada en el poder y la utilidad.
Sabido es que la paternidad se ha utilizado en diversas culturas y sociedades para prolongar sobre la existencia de otro ser las aspiraciones irrealizadas de sus progenitores. Seguramente muchos de ustedes o de las personas que tienen cerca lo habrán sufrido en propia carne, al menos como tensión familiar a la hora de elegir estudios, profesión, pareja, forma de vida… Ésta es una manera más o menos velada de potestad indeseable, puesto que la libertad es, junto con la propia existencia, el bien más primigenio del ser humano, que nace con él. Los padres, como la sociedad, no son más que administradores de dicha libertad en tanto que es sujeto de educación al igual que lo son otras capacidades del ser humano tales como la propia razón o su capacidad de amar.
En el momento en que, además, abiertamente se habla del hijo como una inversión que sufragará nuestra madurez y vejez de lo que hablamos es de instrumentalización del individuo, de reducción a mero objeto de interés y utilidad. Sí, lo hacemos con la máscara socialmente admitida y hasta bien vista de la práctica de un deporte; pero si estuviéramos hablando de unos padres que viven del dinero que ganan sus hijos con otras formas de comercialización de su cuerpo… ya adivinan ustedes cómo llamaríamos a eso.
Redoblar la atención
No hace mucho una asociación de defensa del consumidor denunciaba los contenidos de numerosas publicaciones dirigidas a adolescentes por promover estereotipos machistas, poco respetuosos con la dignidad de las jóvenes, por fomentar actitudes y comportamientos supeditados a obtener el beneplácito de sus «objetivos» masculinos, además de difundir un tipo de contenidos sexuales claramente no formativos. No puedo evitar relacionarlo con lo que estamos comentando.
La publicidad, incluso la mala, haría bien en rehuir la bromita fácil. Todos sabemos que tras afirmaciones envueltas con una sonrisa pretendidamente aguda se ocultan anhelos que no osamos formular en serio y en voz alta porque, en el fondo, sabemos que son éticamente reprobables. Y a pesar de ello, seguimos acariciándolos en nuestro imaginario interior. El mundo de la publicidad es un lugar privilegiado para la creatividad y el ingenio que debería servir para la promoción del ser humano, no para su degradación.
No cuestiono si la escuela publicitada es o no apta en cuanto a la formación «técnica» de esos futuros deportistas; la desconozco y por tanto no puedo valorarla. Pero si tenemos que juzgarla a partir de la publicidad que hace de sí misma, lo que sí me atrevo a afirmar es que difícilmente dotará de una formación humana adecuada a los individuos que asistan a sus aulas y espacios deportivos. Para ella sólo parecen ser productos a los que sacar un rendimiento económico. Me gustaría saber qué sentirían muchos de nuestros jóvenes deportistas de hoy al escuchar esta cuña publicitaria. Y qué sienten muchos de sus padres, sinceramente ocupados en velar por el desarrollo de su hijo o hija y no en aprovecharse de él o ella; dispuestos a amarles cuando ganen y cuando pierdan, cuando estén en activo o cuando decidan dejarlo, sea por incapacidad o porque ya no les satisfaga.
Las personas son dignas de ser amadas porque son, por lo que son en sí mismas y no por lo que producen. Qué triste que tengamos que recordarlo a raíz del anuncio de una escuela…