Por Gemma Manau Munsó
Colaboradora del Ámbito María Corral
Lisboa, Portugal, febrero 2008
Foto: J.M. Lage
En los últimos años he tenido la suerte de poder vivir en diferentes países de Europa, en los que, entre otras cosas, he debido de aprender las respectivas lenguas. Ahora, para mí, cuando se habla de ecología lingüística, esta expresión toma una nueva dimensión.
El lingüista Juan Carlos Moreno Cabrera afirma que las lenguas son sistemas simbólicos que contienen visiones del mundo, por lo que la muerte de una lengua no sólo conlleva la desaparición de un código lingüístico, sino de toda una manera de existir, de ver y de construir la percepción.
¡Quizá por eso cada lengua tiene su propia originalidad, unicidad! En portugués hay una palabra que se considera una de las más difíciles de traducir: es la palabra saudades. Si buscamos la traducción en el diccionario, nos dirá que es «añoranza, nostalgia, soledad…», pero para un portugués saudades es mucho más que eso; es un sentimiento más profundo, con el que, además, todos los portugueses se sienten identificados como grupo. Después de muchos meses en Portugal, pienso que aún no llego a captar el sentido que tiene para ellos esta palabra, ¡aún hay algo que se me escapa! Puede ser como el seny en Cataluña, una palabra que se puede traducir por «cordura», pero con la sensación, a menudo, de que las traducciones empobrecen su significado; lo que para los catalanes significa seny, es un concepto con el que también nos sentimos identificados. Seguramente son palabras que, como dice Moreno Cabrera, expresan una forma de sentir, yo diría incluso que responden a una forma de ser, ¡a una manera de vivir! ¡A una cosmovisión!
Poco a poco descubro que, pese a que las lenguas latinas son parecidas, provienen de una misma raíz y surgen de un mismo legado cultural, presentan gran diferencia entre sí. Pondré un ejemplo. Hay una palabra muy curiosa, que es la que se utiliza para designar los primeros estadios de vida de una rana. En catalán este animalito se conoce con el término capgros, en castellano renacuajo, y en portugués girino. Cada una de estas palabras hace referencia a distintos aspectos del mismo animal. En catalán, capgros nos indica la forma que tiene, mientras que en castellano, renacuajo nos señala el tamaño, y finalmente, el portugués, con la palabra girino, nos da una noción del movimiento del anfibio.
En ningún caso el término utilizado para cada una de las lenguas llega a expresar la globalidad de lo que es este animal, y quizá si quisiéramos describirlo, acabaríamos haciendo referencia tanto a la forma, como al tamaño y al movimiento. Cada una de estas lenguas se aproxima de forma diferente a esta realidad, que por otro lado también es compleja, pero entre todas nos pueden ofrecer una visión más global.
Es cierto que la diversidad lingüística, a la hora de comunicarnos, puede devenir una dificultad, pero al mismo tiempo es una gran riqueza que nos ayuda a conocer la realidad de una manera más amplia y rica, que nos muestra su complejidad, y que nos revela que desde nuestro único punto de vista difícilmente podremos abrazar la globalidad.
Me aventuro a decir que entre las personas a menudo pasa lo mismo. Cada uno de nosotros tenemos una cosmovisión diferente. Por un lado, como seres limitados que somos, también tenemos un conocimiento limitado de las cosas, y posiblemente cada uno de nosotros, a la hora de tratar un asunto, tenemos datos diferentes; pero por otro lado, muy probablemente, también nos aproximamos a la realidad de formas distintas y con sentimientos diversos.
El hecho de que el otro tenga un punto de vista distinto, como pasa con las lenguas, no es una dificultad, sino una posibilidad de conocer mejor nuestro entorno. Quizá si en lugar de ver la diferencia como un obstáculo intentáramos ver lo que nos aporta de nuevo sobre la realidad, el diálogo sería mucho más fácil.