Por Josep M. Forcada Casanovas
Médico, Presidente del Ámbito María Corral
Barcelona, España, enero de 2009
Foto: A. Antúnez
La actual situación económica, tan generalizada, produce desconcierto y un dolor amargo, especialmente a aquellos que son víctimas directas, es decir, aquellos que no tienen un cojín de recursos. A quien especula y tiene mucho para perder, el dolor le es más relativo, se traduce en frustración por no poder alcanzar unos proyectos ambiciosos. Cuesta identificar las causas de las grandes crisis. La lectura de su porqué se acostumbra a hacer demasiado bien una vez han pasado.
Las crisis económicas, habitualmente cíclicas, con períodos más o menos largos, hacen temblar la economía con repercusiones importantes en el sector más débil de la sociedad. Tal vez las crisis son provocadas por grandes y poderosos sectores del capital, de la banca, de los fondos de recursos, de metales preciosos o hasta incluso del petróleo, que presionan para recuperar las ganancias que se les podrían reducir o que debilitaría su poder económico, tan relacionado con el político.
El mundo de la alta economía es demasiado difícil de entender y se escapa a muchos ciudadanos, a menudo porque no conviene saber mucho el porqué de las crisis, pero la preocupación ciudadana es movilizar soluciones que aflojen la alarma económica en el ámbito social, aunque acostumbran a satisfacer poco, ya que siempre hay un sector que se beneficia más que otros. Resituar la economía a unos niveles más satisfactorios es lento. Se trata de promover un ciclo de nuevos objetivos, nuevas necesidades y también nuevas restricciones, promover inquietudes sobre nuevas tecnologías, animar a aventuras sociales interesantes y necesarias, incorporación de avances tecnológicos, atención al reciclaje, replantear nuevas formas de utilizar el tiempo libre, resituar el reparto de los recursos y de los gastos, promover migraciones hacia países en desarrollo, promover movimientos de ciudadanía, incentivar nuevas formas de consumo y de ahorro y también, desgraciadamente, se deben tener presente las consecuencias de los frentes de las guerras que se mantendrán, o empezarán, y se debe contar con todo lo que supone la destrucción y reconstrucción de los países, etc., todo ello hace que este proceso dure unos cuantos años.
Es cierto que las situaciones de crisis son diferentes en los diversos países, regiones, ciudades, pueblos, familias o individuos. La precariedad es dura de asumir cuando se ha vivido en la abundancia. Cuesta prescindir de cosas que ya estaban incluidas en el programa habitual de vida, ya que se debe variar el tipo de vacaciones o no hacer, rebajar gastos del vestir, del viajar, de ir a restaurantes…, pero siempre quedan aquellas graves rémoras difíciles de resolver, como son las deudas, las hipotecas o los créditos, que son la amenaza que quita el sueño y que se encuentran en el ojo del huracán de la economía. El ingenio y la creatividad acompañan en las situaciones difíciles y surgen soluciones. Y, ¿qué caminos inmediatos de solución práctica hay?
En muchas culturas la familia y los valores religiosos tienen un gran papel. A la hora de solucionar el día a día en el mundo familiar suele haber una solidaridad innata y espontánea en la que la familia ayuda, los abuelos hacen más de abuelos, los padres, si pueden, se vuelcan y también los mismos hermanos colaboran. Pero no es necesario decir que hay personas que no tienen lo más elemental y que no disponen de estos recursos familiares, sea por los motivos que sea; la vida para ellos es un difícil subsistir con los mínimos. En ocasiones, ante estos casos, las acciones solidarias se ponen en marcha y crecen grupos sensibles al bien social con una extraordinaria generosidad.
La familia no responde sólo con los mínimos a los que nos referíamos en cuanto a las ayudas en la cotidianidad, sino con máximos, es decir, haciendo frente a gastos como por ejemplo las hipotecas. En los momentos de dificultad, cuesta de entender por qué hoy son tan cuantiosas cuando en otros momentos eran alcanzables. Las familias hacen un esfuerzo porque, antes que se lo queden los bancos, después de todo lo que se ha pagado, se comprometen a tirar adelante unos gastos que, para ellos, con seguridad serán a fondo perdido. Por ello, sacan del rincón de casa unos dineros que guardaban con mimo para el futuro. La familia empieza a responder volviendo a una solidaridad propia de grupos más humanos y quizás desacostumbrada, porque rompe un natural egoísmo al que nos estábamos habituando ante el dinero. Esto contrasta con el fenómeno que habitualmente sucedía en los últimos años cuando la independencia de los hijos era tenida por un ideal porque se cortaba el cordón umbilical de la economía familiar. Muchos hijos, después de una experiencia individual o de pareja, vuelven a casa con sensación de fracaso. Después de una distancia de los padres, psicológicamente, no es fácil el retorno, pero la acogida suele llevarse a cabo con más o menos agrado en un momento en que los padres ya han rehecho la estructura familiar. Al acoger al hijo o hija que han perdido el trabajo, les ofrecen la acogida con generosidad no sólo con el plato en la mesa, sino implicándose con las deudas de los hijos.
El hecho tan frecuente de que los hijos no se vayan de casa no siempre responde a una supuesta pereza y a un vivir cómodo a cuenta de la familia, a menudo responde a la falta de trabajo y de posibilidades de alcanzar los recursos suficientes para independizarse. Sin duda es una manera de hacer frente a las crisis económicas.
El mundo familiar, que quizás pasa también dificultades, tiene un papel decisivo en ayudar a resolver la laguna provocada por la crisis económicofinanciera. Quizás las situaciones que se establecen nos presentan unos nuevos lazos de solidaridad que van más allá de un lejano patriarcalismo. Este esclavizaba, mantenía los hijos en una extraña inferioridad. Hoy la comprensión por las dos partes es más sólida, no se basa sólo en lazos de sangre, sino también en vínculos afectivos. Esto contrasta con los individualismos tan duros que se dan en muchos países, que hacen que se sufra más fuertemente la crisis económica. En muchas familias se está despertando una especial sensibilidad para darse cuenta que lo que pasa a uno de los suyos afecta a todo el grupo familiar. Esto propone un nuevo concepto de ahorro familiar y de solidaridad, pensando menos en el mañana, a cambio de invertir en unas realidades personales de los hijos en las que la única garantía es el afecto. La familia puede ayudar a superar a un nivel concreto una parte de la crisis, quizás la más dolorosa.