Por Diego López-Luján
Universitas Albertiana.
Santiago de los Caballeros, R.D., febrero 2009
Foto: My Yoga Online
Lawrence Kohlberg, durante muchos años profesor de la Universidad de Harvard, ha sido uno de los investigadores del desarrollo moral en el campo de la psicología. Kohlberg se inspiró en la obra del famoso psicopedagogo suizo Jean Piaget, El criterio moral en el niño.
Kohlberg establece tres niveles en la formación de la conciencia de los niños, adolescentes y jóvenes: Nivel preconvencional; en él, el niño, responde a las normas en virtud de las consecuencias inmediatas de premio y castigo; Nivel convencional; en éste, el sujeto considera valioso responder a las expectativas de la familia o del grupo social con independencia de las consecuencias inmediatas; y finalmente está el Nivel posconvencional; durante él se desarrolla en el adolescente o joven un notorio esfuerzo por definir unos valores o principios morales válidos y aplicables con independencia de la autoridad de las personas o grupos que lo apoyan.
La teoría propuesta por este investigador tiene algunos aspectos problemáticos por las fuentes filosóficas de las que bebe, pero al margen de estos, a nosotros nos interesa resaltar para nuestro artículo el “machismo” que se le coló de manera inconsciente. Pues, la teoría del desarrollo moral que acabamos de presentar sucintamente encuentra su base empírica en el estudio de 84 niños –varones-, que Kohlberg y sus colaboradores siguieron durante 20 años. Se pensaba que esta teoría era válida tanto para varones como para mujeres –era ciega en cuestiones de género-, pero cuando las pruebas usadas por Kohlberg y su equipo se aplicaron a las niñas, los resultados arrojados parecían decir que las mujeres jóvenes eran menos maduras que los varones jóvenes desde el punto de vista moral.
Carol Gilligan, colaboradora de Kohlberg en la década de los setenta del siglo pasado, encaminó sus investigaciones a trabajar con sujetos femeninos, lo que le llevó a cuestionar la neutralidad del género. Para Gilligan las mujeres no son menos maduras moralmente que los varones sino que hablan desde una perspectiva típicamente femenina que a Kohlberg se le escapó.
La madurez moral definida por Kohlberg consiste en la capacidad que tienen los varones de formular juicios racionales y universales válidos para cualquier situación. Pero, las mujeres, no razonan moralmente igual que los hombres. Los juicios femeninos son contextualizados y narrativos, no abstractos y formales. El mundo femenino no está compuesto por individuos solitarios que siguen normas generales, sino por personas ligadas entre sí por vínculos relacionales. Las mujeres articulan su sensibilidad moral en una “voz diferente”, pero no por ello inferior a la de los varones. Máxime cuando desde la moderna embriología se afirma que el óvulo fecundado siempre empieza su evolución hacia mujer; y es pasado un tiempo, cuando detecta la existencia del cromosoma ‘Y’, que detiene su evolución, retrocediendo una parte del camino realizado –atrofiándose en él algunos de sus órganos–, para retomar su desarrollo como varón –muestra de ello son los pezones en los varones ¿qué función tienen?, o el menor número de conexiones neuronales que los varones tenemos entre ambos hemisferios cerebrales.
La mujer, afirman muchos científicos, es arquetipo del ser humano mientras que el varón es esa media humanidad “frustrada en su femineidad”. De este modo es muy probable que los que hablamos esa “voz diferente”, que anuncia Gilligan, seamos los varones y no las mujeres, siendo la nuestra complemento de la suya.
Mujeres y varones, aunque diferentes fisiológica, emocional y psicológicamente, tenemos una igual naturaleza –la humana–, y una misma dignidad –la de seres humanos existentes; es hora, por ello, que unas y otros comencemos a trabajar conjuntamente y de manera complementaria para eliminar esa plaga maldita que es el machismo, que se le coló inconscientemente a Kohlberg, persona comprometida moralmente con la sociedad de su tiempo. Plaga que arrastramos desde tiempos inmemoriales, y en cuya base habitan –entre otras razones– la ignorancia y el desconocimiento científico, pero que ha tenido consecuencias funestas para la humanidad, llevándonos a menguar el papel de la mujer en todos los ámbitos de la vida, e incluso a propiciarle un trato vejatorio o la muerte por considerarla inferior al varón.