Por Caterine Galaz
Filosofía de la Educación
Barcelona, España, febrero 2009
Foto: FunnyBiz
El ejercicio físico ya no sólo es una cuestión del tiempo de ocio. Desde hace unas décadas se han comenzado a introducir rutinas de actividad física dentro de un espacio antes impensado: el trabajo. Muchas empresas, siguiendo las premisas dictadas por la terapia ocupacional, han incorporado tiempos de ejercicio físico para favorecer el bienestar general de sus trabajadores y, de paso, su productividad, con los consiguientes beneficios económicos que eso implica para las compañías.
Más allá de esta “fórmula económica”, vale la pena tener en cuenta los beneficios que reporta esta práctica que, aunque parezca sólo un juego, puede contribuir enormemente a mejorar la calidad de vida de las personas, no sólo en el espacio laboral, sino en todas sus ocupaciones. Vivimos en una sociedad tecnologizada y eminentemente sedentaria. Los trabajos requieren cada vez menos esfuerzo físico y más complejidad intelectual. ¿Cuántas personas en el mundo pasan más de ocho horas sentadas frente a un ordenador, en un mostrador o en atención de público?
Quienes diariamente están bajo presión mental y tienen un training sedentario, tienden a sufrir más stress, insomnio, ansiedad y angustia -entre otros malestares-, que aquellos cuyo trabajo requiere un esfuerzo corporal. A esto se suma una serie de patologías físicas que lleva a que muchas personas tomen una actitud negativa respecto de su ambiente laboral.
El cuerpo humano requiere actividad física y oxígeno para relajarse, mantener la mente despejada y para enfrentar otros aspectos de la vida, diferentes al laboral como las mismas actividades de ocio. A veces sólo bastan 15 minutos de desconexión para estar más relajados y asumir el trabajo con otra disposición. El ejercicio físico es una de las esferas robadas por nuestra era “ciber”, un área del ser humano que siempre ha sido una actividad propia de las personas, en distinto grado, durante toda su existencia.
Los primeros hombres, en su era primitiva, fueron los primeros que transmitieron de generación en generación, la actividad física, dentro de lo que podría ser considerado como su “ámbito laboral”: la caza, la pesca, la trepa de árboles, entre otros quehaceres. Luego, esta actividad estuvo fusionada al trabajo hasta hace muy pocas décadas, en áreas como la agricultura, la pesca, la defensa militar, etc.
El ejercicio en la historia
Para algunas civilizaciones de la antigüedad la dimensión física formaba parte de la actividad laboral (como también de otras áreas), pues constituía una necesidad básica para el bienestar de la “persona” en su totalidad. Los atenienses, por ejemplo, creían en el desarrollo simétrico de la persona: cuerpo e intelecto. De ahí, que la educación ateniense incorporase la actividad física en todos los ámbitos de la vida, incluido el laboral, como un requisito para el desarrollo integral del individuo, y como beneficio posterior para todo el grupo social. La meta educativa “una mente sana en un cuerpo sano”, expresaba la unidad del cuerpo y el alma.
Esto comienza a romperse ya con la visión romana que no busca una síntesis entre armonía física y desarrollo mental, sino que el cuerpo aparece como una entidad a someter por la razón. El trabajo es trabajo y requiere esfuerzo físico extremo, no armónico; el deporte es sólo diversión.
A partir del momento en que las letras y las ciencias se vuelven extremadamente protagonistas y, posteriormente, cuando la Razón -con mayúsculas- se vuelve hegemónica en la organización de los sistemas sociales, muchas facetas de la persona quedaron excluidas o desvalorizadas en planos secundarios, entre ellas la actividad física.
Hoy con el “boom” de la tecnología, con la informatización laboral y con la irrupción cada vez mayor de trabajos sedentarios, la actividad física es considerada casi únicamente como una actividad de ocio o de cuidado personal. Sin embargo, el tiempo que la persona invierte en sus respectivos ambientes laborales y el desgaste mental de sus ocupaciones, requieren momentos de desconexión, de relajación, de salir, de ponerse en la frontera.
La actividad física puede ser una herramienta para ello. Es un acto locomotor de tendencia natural que tiene efectos en nuestra afectividad, reporta bienestar, mantiene agilidad no sólo corporal sino mental, lo que tiene también consecuencias en las relaciones sociales que mantenemos.
Incorporar la actividad física en el ambiente laboral, como por ejemplo no mantener más de veinte minutos la misma postura, mover las articulaciones de los pies y de las manos de vez en cuando (microgimnasia), hacer estiramientos, etc., es perfectamente factible, sin la necesidad de tener un instructor personal. Existen muchas formas de hacer ejercicio en el trabajo: no hipnotizarse demasiado con los correos electrónicos personales y las llamadas telefónicas; olvidar el ascensor y subir por las escaleras, ir y retornar al trabajo caminando o bien bajar una parada antes o después; volver al trabajo después de comer, caminando; organizar equipos deportivos con los compañeros de oficina, etc., son sólo algunas de las posibilidades para incorporar la actividad física en los entornos laborales.
El trabajo ha sido una de las preocupaciones centrales del sujeto moderno. Tal vez ya es hora, de recordarnos que para trabajar bien y relacionarnos mejor, requerimos de un cuerpo sano y una mente sana. Necesitamos una visión de persona más integral, ¡al mejor estilo ateniense!